Ferrari pinta bien
Trepó por su bólido hasta coronar la cima y desde allí, sobre los lomos de su esbelto F138, levantó la vista al infinito y ondeó con brío, puede que hasta con rabia, la bandera amarilla de Ferrari. Como si acabase de conquistar el mundo. Ante el delirio de una marea asiática vestida de pies a cabeza con la ilusión desbordada de Fernando Alonso. Porque sobre la autopista china él escribió su episodio más contundente e incontestable desde que viste de rojo. El décimo de su cuenta como capitán de las escudería italiana, que le sitúa a la altura de otra leyenda como el británico Nigel Mansell, en el cuarto peldaño de la historia de la Fórmula 1, tras su trigésimoprimer baño de champán. Evocando carreras lejanas, casi borrosas, de su brillante hoja de ruta entre los mejores.
Alguna de cuando vestía de azul Renault, durante aquel mágico reinado de 2005 y 2006, o puede que en algún instante de su breve episodio con McLaren, véase Monza o Montecarlo 2007. Su segundo golpe en Shanghai no encontró réplica alguna en una parrilla hambrienta, donde nadie perdona el más mínimo error. Y él, queriendo olvidar cuanto antes su resbalón en Malasia, quiso cerrar cualquier debate sin demora. Y es que ese potencial que su monoplaza insinuó durante todo el fin de semana se desbordó en un domingo para recordar. Una carrera perfecta, dominada de principio a fin, que le coloca con muy buen color en la clasificación del Mundial.
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