Contador termina la carrera sin problemas
Parecía que iba a ser un día tranquilo y fue un día tranquilo. Soplaba la brisa al borde del mar a media mañana en Ajaccio, una ciudad que exuda el espíritu de Napoleón por todas las calles, los bulevares y las plazas, mientras el intenso azul turquesa del mar irradia una sensación de sosiego. A la hora en la que un grupo de bomberos jugaba una partida de petanca sobre el albero de un parque infantil a la orilla del mar, Christian Prudhomme, el director del Tour, le quitaba hierro y ponía paz al incidente del autobús de la víspera. Visitaba al equipo, tranquilizaba a Gari Acha, el conductor, y pedía perdón por la parte que le tocaba a la organización, que dejó pasar el vehículo por un agujero demasiado pequeño.
El Tour pagará los daños del autobús y el equipo se hará cargo de la multa que le pusieron los jueces por el retraso en llegar. Todos tan amigos. El Orica es un equipo de gente que se hace querer, empezando por su director, Neil Stephens, un australiano que echó raices en el País Vasco. Ellos tampoco quieren líos y no olvidarán echar una mirada hacia arriba cada vez que pasen bajo el arco, casi cada día. Los bomberos seguían jugando a la petanca a la misma hora a la que Alberto Contador terminaba el desayuno. Estaba contento, dentro de lo que cabe. Pese a la caída de la víspera, de las magulladuras y los golpes, había dormido bien, «y dos horas más que otros días, porque la etapa era más corta», apuntaba Fran, su hermano.
Dos horas más es mucho para recuperar de un día a otro, así que a pesar de lo que le tiraban las heridas que empezaban a cicatrizar al secarse, Contador también pensaba que el día iba a ser tranquilo. Y fue una jornada tranquila, como la partida de petanca de los bomberos de Ajaccio.
Mientras unos valientes cumplían el guión habitual de las etapas iniciales del Tour, –escapar, aguantar, chupar cámara, puntuar, desfallecer, claudicar y finalmente descolgarse–, Contador escaneaba sus sensaciones. Agarraba bien el manillar, una de sus obsesiones el día anterior, no tenía problemas en el pedaleo y aguantaba el ritmo del pelotón, tampoco demasiado exigente.
Por si acaso, él y sus correligionarios, aguzaban los sentidos para evitar problemas, que siempre aparecen en una curva peligrosa, un tarado que irrumpe en la calzada, o un irresponsable que decide soltar al perro justo al paso del pelotón. «Lo peor siempre son los primeros kilómetros. Después, ya en caliente, sin problemas», apuntaba Contador. Fue un día tranquilo. Los bomberos de Ajaccio no salieron a ningún servicio y siguieron con la petanca; Contador sólo sintió el tirón de las heridas, –«el tercer día será peor»–, y Froome, que vio que aquello no daba para mucho, optó por ganarse el sueldo en el Salario, un alto de tercera a pocos kilómetros de la llegada. Saltó a por Gautier se exhibió sin rubor ante sus rivales, pero sin éxito, porque quedaba mucho, y además, Evans, Contador y ¡Andy Schelck!, no estaban para exhibiciones ajenas y mandaron a la guerra a sus gregarios, que arreglaron el entuerto, mientras Jan Bakelants, un belga del Radioshack, aprovechaba la escaramuza para coger unos metros. Es el nuevo líder al ganar la etapa de un día tranquilo de sol y petanca.
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