Se cumple un año del accidente de María de Villota
Cuando obtuvieron la imagen, los médicos creyeron que era el alma fotografiada de un cadáver, el destrozo de esta vida acelerando hacia la otra. Ahí estaba la cabeza desnuda de la chica, rota de cráneo, convocada por hematomas cerebrales, huérfana de ojo... el resumen de un final. Pero hoy, un año después, los cirujanos, la chica y el mundo saben qué guardaba aquel primer plano rescatado de la negrura. Era la calavera de María riéndose de la muerte.
– ¿Soy yo?, preguntó al ver por primera vez la radiografía involuntaria.
Sí, eras tú, María.
Hoy, a sus 33 años, cumple un año de vida María de Villota, como esas personas que nacen dos veces, esos seres repetidos de sí que se mueren de mentira para poder contarlo.
Porque hoy es tan 3 de julio como el de 2012, cuando la rampa de un camión aparcado quizá donde no debía cortó el casco de María y entró en ella para los restos. «Los médicos no se explicaban que las lesiones no la hubieran matado o dejado graves secuelas neurológicas», cuenta Arancha Yagüe, la amiga al centímetro, el ojo derecho que le falta a María.
Fueron más básicos los policías de Cambridgeshire, el condado inglés donde estaba la pista en la que María hizo la última prueba aerodinámica de su vida en un F-1. Allí, ya con el bólido sin resuello, la sangre salpicada y el trajín de las tragedias, los agentes levantaron un parte para la historia: un acta de defunción.
María acababa de estrellarse contra un camión. Había madrugado y llevaba las lentillas, «porque quería afinar, como si fuera una gala». Llovía. Y en la primera vuelta se paró el mundo. «Recuerdo mis manos... Todo. Pensé: ‘Voy a impactar contra la carpa, tardarán un momentito’. No fue así. La rampa estaba a la altura de mis ojos y yo en el coche no la veía». Pero la rampa sí vio a María.
A nadie debió extrañarle el certificado de los policías. Ni siquiera a los médicos de la ambulancia. «En el trayecto tuvieron que hacer dos intentos de reanimación cardiopulmonar. Se paró dos veces el corazón».
Y en ésas, María llegó a la ciencia, a la medicina que aún se rasca la cabeza ante las dos imágenes que coronan esta página. Tres operaciones en Londres y en Madrid, siete placas de titanio y todas las horas de paciencia han ido llenando de carne viva aquellos huesos con mala pinta.
Arancha dice que las formas física y psicológica obraron la resurrección. «Hacía dos meses que había pasado las pruebas físicas de McLaren con calificación de excelente, y son pruebas que no distinguen por sexo. Y ya era perseverante y positiva de antes, venía entrenada. Eso, de cara a la rehabilitación, fue clave».
La tercera salvación fueron amigos, padres, novio, hermanos... Y los sin nombre, la gente anónima, las redes sociales lanzando redes. «Mucha gente me dice que rezó por mí, en cualquier religión. Otros me miran con cariño y tengo la sensación de que les conozco. Es como si una ciudad se convirtiera en mi barrio. El otro día iba por Santander y parecía Cocodrilo Dundee, saludando a todo el mundo. Todos son los causantes de mi felicidad. Es la pera».
Nos lo contaba María en febrero, en una entrevista que se dejó fuera algunas comillas. Aquel día de invierno, María ya era la de hoy, la de los dientes amables, la que imparte tics de superación, la que aprende en una fundación de niños con enfermedades raras, la que lucha por la seguridad vial, la que sueña un kart. Y eso que hace poco, en el Jarama, a circuito cerrado, con la familia sólo, cogió su Mini y se dio una «vuelta alegre» por si volvía a oler a curva. Aunque ya no tenga olfato.
Porque en la onda expansiva de aquella placa quedan las huellas. Las del futuro. «En el tercio derecho de la cara no tengo sensibilidad. Me quitaron un trozo de piel de la pierna para la operación. La órbita del ojo me pincha... Alfileres. Está dolorida. Me pica, me rasco y no siento nada. La cura de cada noche frente al espejo es lo que más duele. Y no huelo nada. Tengo dolores de cabeza fuertes. Unos duran horas y otros días. Cualquier giro que hago me molesta. Y el ruido, la música, las luces...».
María dice que ahora es más feliz, que va «a un lugar más maduro, más interno, más rodeado de personas».
Y no esquiva ni un pasado. Lleva las radiografías de esta historia en su móvil, guardadas donde se archivan trozos de eternidad. «Me gusta entender lo que pasó. Las radiografías son mi propia telemetría: el cuerpo era el chasis y la cabeza la electrónica. Creo que el de arriba se ha salido conmigo». María de Villota, el desmentido de esta verdad tan ósea.
– ¿Y por qué es un milagro?
– Porque las secuelas son sólo físicas y el alma es la misma. Porque la vida es un regalo.
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