Nadal quiere otro título en Nueva York
Nueva York. Punto. Y final. No, la temporada continúa, pero cierto es que el Abierto de Estados Unidos, el último de los grandes, viene repleto de atractivos que le distinguen de los otros tres majors que le precedieron. No se trata de valoraciones subjetivas, del gancho que pueda presentar este torneo diferente a cualquiera de sus homónimos, con una identidad rupturista, a gran distancia del clasicismo de Wimbledon y Roland Garros, con su punto genuinamente neoyorquino frente a la jovialidad luminosa de Melbourne.
Estamos ante la competición más incierta de las que nutren la médula de los anuarios tenísticos. Rafael Nadal es, por derecho, tras hacerse consecutivamente con los Masters 1000 de Canadá y Cincinnati, lo cual le permite aparecer con un intimidatorio 15-0 de balance en sus partidos sobre cemento, el principal nominado para hacerse con el título que ya conquistó en 2010, tras una final por entregas bajo el dictamen de la lluvia. Su entonces adversario, Novak Djokovic, replicó un curso más tarde, ya alzado en un trono que peligra ante el empuje del español, huracán incontenible en su regreso a las canchas después de siete meses convaleciente de una lesión en el tendón rotuliano de la rodilla izquierda, daño que puso en duda su continuidad en la élite.
Nadal versus Djokovic. Treinta y seis enfrentamientos escriben una rivalidad con larga vida por delante, el último de ellos en las semifinales de Montreal, que supuso la primera victoria del zurdo en dura precisamente desde la final del US Open de 2010. Nadal, en busca del decimotercero de sus grandes, de romper la igualdad con el inolvidable Roy Emerson y situarse a uno de Pete Sampras y a cuatro del techo que marca Roger Federer, su hipotético adversario en cuartos de final, quien llega al torneo como séptimo preclasificado, con su peor ranking en más de una década.
Nadal, por el número uno, en un tercer reinado que está al caer, salvo una reacción soberbia de Nole, taciturno desde que terminó con la hegemonía del español en Montecarlo. A éste le bastaría una presencia en la final siempre y cuando Djokovic cayera antes de cuartos. Pongamos una hipótesis más plausible: hacerse con la copa sin tener al balcánico como último enemigo. A diferencia de Roland Garros esto no es un mano a mano. Ahí está el defensor del título, Andy Murray, implosivo tras coronarse al fin en el All England Club pero ya merecedor de una bien ganada confianza. Más aún en su superficie favorita, donde un curso atrás puso el colofón a la larga espera por la conquista de un major.
Ryan Harrison, un local que juega por invitación, será el primer rival de Nadal, hoy, sobre las nueve de la noche en España. A vista de pájaro, podría encontrarse en octavos con John Isner, la gran esperanza estadounidense, al que superó en sendos tie breaks en la reciente final de Ohio. Finalista en sus dos últimas presencias en Flushing Meadows, con nueve títulos, dos finales y tan sólo tres derrotas en 2013, 15-1 en el ejercicio en curso frente a top ten, jamás derrotado en un encuentro de cinco sets sobre el asfalto neoyorquino, Nadal posee argumentos muy serios para ser considerado el máximo favorito.
Con un juego perfectamente acondicionado a la superficie que toca, buen servicio, inteligencia y habilidad en el resto, un plus de agresividad y una convicción a prueba de bomba, sólo el bote algo más bajo en estas canchas, menos permeable a su impacto liftado, ejerce como débil contrapeso al peso de su candidatura.
Hay una recompensa económica ni mucho menos obviable. En caso de victoria, el ocho veces campeón de Roland Garros puede llevarse 3.600.000 dólares, unos 2.700.000 euros, en virtud del liderato de las US Open Series, la clasificación que computa los torneos que se disputan en verano en territorio norteamericano. Nunca antes un campeón del Grand Slam ha recibido semejante botín, consecuencia del plus del millón de dólares si concluye como el mejor en este período.
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