lunes, 13 de mayo de 2013

Rafael Nadal gana en Madrid



El dorso teñido de tierra, de la roja, la de toda la vida. Rafael Nadal se deja caer sobre el piso y celebra el tercer título en Madrid como si se tratara de la primera vez. No en vano, aún le pesan lo siete meses de ausencia por la tendinitis rotuliana en la rodilla izquierda, que continúa dando la lata. La culminación de la copa de ayer, cómoda, contra Stanislas Wawrinka, es igual de sabrosa que cualquiera de las otras cuatro conquistadas en lo que va de año, desde su regreso en Viña del Mar, donde Horacio Zeballos le detuvo en la instancia definitiva. 

Camino ya de Roma, donde debutará el miércoles contra el vencedor del partido entre Fabio Fognini y Andreas Seppi, Nadal cuenta con un bagaje notable antes de afrontar la cumbre, que no es otra que Roland Garros. Novak Djokovic le derrotó en la final de Montecarlo, sí, pero en la Caja Mágica ninguno de los mejores prosperó siquiera hasta las semifinales. 

Nadal ya tiene en Madrid tantas copas como Federer, a quien supera en dos Masters 1000 (23 por 21). Cuenta con los mismos títulos en polvo de ladrillo que Thomas Muster, aquel poderoso zurdo austriaco. Con 40 ambos, se encuentran a seis de Guillermo Vilas. Nadie discute al español la supremacía histórica, global, absoluta, sobre esta superficie. Seguramente ni el propio ex tenista argentino, tan celoso aún de su propio ego, a una edad donde la vanidad es definitivamente absurda. 

La vuelta a la arcilla tradicional ha sido celebrada de manera unánime por hombres y mujeres. Serena Williams, la insaciable Serena, que arrolló a Sharapova para lograr el título 50 en su carrera y defender el número uno del mundo, aseguraba que este año tal vez llegará mejor a la capital francesa gracias a esta superficie más convencional. Las opiniones convergen. 

Más allá de la altitud, Nadal no ha encontrado grandes diferencias entre Montecarlo, Barcelona y Madrid. El torneo ha estado a salvo de la agitación del pasado año. Entonces, cada conferencia de prensa podía esconder una bomba de relojería, la protesta sin ambages de algún protagonista, que encontraría réplica inmediata en un nuevo envite de Ion Tiriac. Otra de las sensatas decisiones de la edición que acaba de concluir la ha adoptado el dueño del torneo con su estruendoso silencio. Ayer, por primera vez desde que el torneo llegó a la capital, no apareció siquiera en la conferencia de prensa de balance, a la que hizo frente Manolo Santana. 

El triunfo de Nadal es también el de la coherencia. Un año después de caer contra Verdasco en octavos, con las cosas en su lugar natural ha aprovechado para empezar a resituarse en el ranking. Aún quinto, está a 25 puntos de David Ferrer, con la posibilidad de superarle si se lleva el triunfo en el Foro Itálico de Roma, algo que ya ha logrado en seis ocasiones. La cuestión no es baladí de cara al gran desafío parisino. 

La final dio poco de sí, en buena parte porque Wawrinka se reveló incapaz de sostener el ritmo del mallorquín, como le sucedió en cuartos a Pablo Andújar. «Simplemente, jugó demasiado bien», admitió el suizo, que llegaba con dos partidos consecutivos al mejor de tres sets –Tsonga, con final ya en la madrugada del sábado, y Berdych, con menos de 24 horas de recuperación– y unas condiciones físicas que, de por sí, no le distinguen por su buena movilidad. 

Roma será esta semana la última referencia antes de Roland Garros. El major aparece en esta ocasión más abierto que en las precedentes, pero con su actuación en Madrid Nadal ha dejado claro que pondrá un altísimo precio a su cabeza. Las perspectivas podrían modificarse si Djokovic vuelve a dar un golpe de mano similar al de Montecarlo. 

Con Federer aparentemente ajeno a la pelea y Murray en una de sus peores pretemporadas en arcilla, sólo el serbio puede reunir los argumentos suficientes para cuestionar el octavo título de Nadal en París, una hipótesis que vuelve a cobrar mayor fuerza.

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