jueves, 19 de abril de 2012

Aún queda el partido de vuelta.


No estaba en la banda con su sempiterno abrigo negro. Pero anoche, mucho de lo acontecido en Stamford Bridge recordó a José Mourinho. Fue el portugués quien parió la columna vertebral que sigue sosteniendo a este Chelsea. Fue el actual entrenador del Madrid quien enseñó a esos futbolistas a convertir los partidos en encerronas, con defensas extenuantes y extrema efectividad en el contragolpe. 

El Barça debió maldecir que semejantes mandamientos permanezcan vigentes en su rival de ayer, al que le bastó con un disparo a puerta en todo el partido para llevarse el triunfo y obligar a los azulgrana a una complicada remontada si quiere acceder a la final. 

Roberto di Matteo tiene claro que para sobrevivir en el Chelsea no le queda otra que rendirse a las exigencias de los gerifaltes del vestuario, que nunca entendieron otro modo de ver el fútbol que el que les enseñara en su día su gran mentor. Así, el técnico italiano dio ayer una nueva vuelta de tuerca en su regreso a los orígenes del añejo Roman Empire descartando de inicio a Kalou para que Meireles completara un centro del campo repleto de músculo y nula creatividad.

 El objetivo, más que claro. El balón no debía interesar más que para propinarle un puntapié con Drogba como único destino. El plan sencillo, de toda la vida. 
En la víspera, Cesc Fàbregas ya avisaba de lo que podía ocurrir. «Cuando jugaba en el Arsenal, siempre ocurría lo mismo. Dominabas y dominabas. Pero a la primera que tenía Drogba, adiós». 

Y así ocurrió tras una pérdida de Messi en el centro del campo. Lampard ni la había rascado, pero un chispazo suyo en el tiempo añadido del primer acto habilitó la tremenda carrera de Ramires. El brasileño sólo tuvo que colocar el balón en el corazón del área para que el marfileño, tan pancho a sus 34 años, lo embocara a gol ante el desconcierto de Mascherano, que se hartó a resbalar, y Adriano, incapaz de estorbar al enemigo. Sí, era el primer tiro a puerta del Chelsea.

El resto de cosas, por entonces, poco parecía importar. Como que el Chelsea no tocara el balón los dos primeros minutos. O que el Barcelona rondara el 78% de posesión, cifra del todo escandalosa en unas semifinales de la Liga de Campeones y en campo rival. O que un futbolista como Antonio Mata tuviera que pasarse el partido corriendo detrás de Adriano. El colmo. 

No hay dudas acerca la gran capacidad de los de Guardiola en gobernar los partidos. Otra cosa es que ello se traduzca en acierto de cara a puerta, uno de los escasos puntos débiles que se le adivinan a este equipo. Porque el Barcelona bien pudo haber sentenciado la eliminatoria en un primer tiempo en el que se escurrieron hasta tres goles. 

Una genialidad de Iniesta, la primera de unas cuantas, dejó a Alexis solo ante la salida de Cech. El chileno levantó bien el cuero sobre el casco del meta, pero el balón no bajó lo suficiente como para atravesar la última frontera que quedaba, la del larguero. Mal augurio en una noche de perros, con esa llovizna londinense que produce el mismo efecto que la tramontana a Dalí. 

La defensa del Chelsea, comandada por Terry y un Cahill que pese a su nula cintura supo cortarlo casi todo, se las apañaba para cerrar vías de escape. Los centrales ingleses, sin embargo, no dieron con el balón que Cech dejó a los pies de Cesc, en una posición franca para inaugurar el marcador. El centrocampista de Arenys, sin embargo, remató todo lo mal que pudo con la pierna zurda. 

Tampoco pudo aprovechar el ex capitán del Arsenal un servicio de Messi que invitaba al gol. Cesc superó esta vez la salida del portero del Chelsea, pero la pelota no voló lo suficiente como para evitar que Cole la acabara sacando bajo palos. Fàbregas, que ha confesado que en ocasiones se siente perdido -especialmente cuando le toca jugar como interior- está dispuesto a alargar su mal fario con el gol.

 No marca desde febrero. Uno de los que más pagó el cerrojazo británico fue Messi. Y eso que no se cansó de intentarlo en el estadio donde se doctorara en 2006, aquel día en el que acabó para siempre con la carrera de Asier del Horno. A La Pulga no le quedaba otra que retrasar continuamente su posición hasta el centro del campo para olisquear el balón. Pero ni con ésas. Sus avances casi siempre concluían en la pared levantada por el Chelsea frente a su área. Tampoco le ofrecía muchas alternativas Alexis, sustituido en la reanudación por un Pedro que mandó un balón al palo en el ocaso. 

Pocas soluciones encontró Guardiola a un destino inevitable. Porque Di Matteo hizo recular aún más sus líneas. Y porque el Barcelona, con el paso de los minutos, vio cómo el jeroglífico inglés era cada vez más indescifrable ante semejante acumulación de hombres y piernas y la imposibilidad de encontrar espacios en la ratonera de Stamford Bridge. Resta por ver si el próximo martes, en un estadio como el Camp Nou, al Chelsea le alcanzará con tan poco.

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