Djokovic venció a Tsonga.
Hay dos maneras de prosperar en Roland Garros. Frente al caminar vigoroso, el trote severo e incuestionable de Rafael Nadal, que hoy (alrededor de las 15.30 h., Cuatro) busca ante Nicolás Almagro su clasificación para las semifinales, está el imperativo heroísmo de Novak Djokovic y las reiteradas dudas de Roger Federer, quien ayer también hubo de apurar hasta los cinco parciales. El número uno y el tres del mundo van un paso por delante, merced al dictado del calendario del torneo. Ambos se cruzarán el viernes en busca de una plaza en la final, como sucediera en 2011, cuando el suizo puso fin a una racha de 43 partidos invictos de Nole. Con la firmeza de Nadal discurre David Ferrer, quien también hoy peleará, contra Andy Murray, por unirse a los tres grandes en la penúltima ronda del torneo.
París disfrutó ayer de una jornada colosal. No faltó uno solo de los ingredientes que convierten el deporte, en este caso el tenis, en un espectáculo extraordinario, con un grado asombroso de imprevisibilidad. Nadie daba un franco por Federer cuando estaba dos sets abajo ante Juan Martín del Potro, a quien aún le resistía la maltrecha rótula de su rodilla derecha. Pocos apostaban por Djokovic viéndole afrontar una tras otra las cuatro bolas de partido a que le sometió Jo-Wilfried Tsonga, quien plasmó un ejercicio sublime de valentía, sólo falto de culminación no tanto por carecer de instinto homicida como por la capacidad de supervivencia de su adversario, plasmada en un grado inferior en el encuentro de octavos del domingo frente a Seppi.
«Ha sido un partido de locos. Él ha jugado mejor y yo he tenido la fortuna de salvar cuatro pelotas de partido», dijo el serbio, antes de manifestar que no ve un favorito en su semifinal con Federer.
Conviven en la competición modos opuestos de seguir adelante. Con la realidad en la mano, con sus números, con las sensaciones, apenas existiría discusión sobre la certeza de que Nadal ganará el domingo su séptimo título en Roland Garros y pasará por encima del registro ahora compartido con Bjorn Borg. Ha cedido tan sólo 19 juegos, menos que nunca en sus ocho presencias en el torneo, ha marcado unas distancias mayores con respecto al resto que en cualquier otra edición. Bastaría confrontar estos datos con los de los dos hombres llamados jerárquicamente a desafiarle. Novak Djokovic, sin duda, la oposición más real, que ha soportado ocho horas y 27 minutos en pista para sacar adelante sus dos últimos partidos. Roger Federer, a quien hizo ruborizar en octavos un muchachito sin pedigrí alguno llamado David Goffin, rescatado de la previa como lucky looser, el tercero en arrebatarle un set de manera consecutiva, antes de que Del Potro pusiera en cuarentena su presencia en el torneo, le amenazara con tomar el destino que le impuso hace dos años Robin Soderling, también en cuartos de final. «Está muy bien levantar dos sets adversos; no se consigue todos los días», dijo el helvético.
Pero, felizmente para un juego que contempla también otra serie de variables, no cabe barruntar su desenlace a través de inobjetables hechos pasados. Queda por ver en qué medida Djokovic y Federer serán capaces de positivizar lo sucedido, de retroalimentarse con su propia sangre. Al fin y al cabo, nadie ha puesto en duda la inapelabilidad de Nadal hasta la fecha. Difícilmente lo hará hoy Almagro, derrotado en sus siete enfrentamientos previos, dos de ellos en esta misma ronda del torneo.
El número uno del mundo, y dejemos por un momento de lado a Federer, pues fue el balcánico quien ganó al zurdo en las finales de Madrid y de Roma del pasado año, en el que ejerció una hegemonía brutal, se ha habituado a las situaciones límite y, más allá del peaje físico que pueda pagar por ello, irrumpe en las rondas finales con el orgullo a prueba de bomba; particularmente después de lo acaecido ayer, con un aura indestructible. También lo posee Nadal, que ha hecho las tareas sin correr el riesgo del suspenso, ajeno a la necesidad de acudir a un examen de repesca. Djokovic ha empezado a padecer mucho antes de lo que tocaba. A la hora de someterse a las exigencias de Federer o a las posteriores a que, en caso de triunfo, seguramente le abocará el gran favorito para alzar la copa, tendrá el cuerpo cubierto de cicatrices, pero estará ya acostumbrado a sufrir, con la cabeza amueblada para enfrentarse a toda adversidad, a cualquier esfuerzo límite.
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