Fernando como siempre,de sobresaliente.
La última vez que lloró en público Fernando Alonso fue de dolor deportivo, porque le habían arrebatado de forma cruel su tercer título de campeón del mundo por culpa de un fallo absurdo de su equipo. En aquella bochornosa noche de Abu Dhabi se vino abajo por el esfuerzo y la pena. Ayer volvieron las lágrimas y la voz cortada, pero de gozo. Se rompió de emoción el piloto español por la radio de su equipo, ante las gradas de sus seguidores y después ante los periodistas por la alegría de haber protagonizado una victoria inolvidable, fantástica, la mejor de su vida.
Lloró al darse cuenta de lo conseguido, de la forma en que lo había hecho y del entorno donde firmó la hazaña, ante miles de aficionados a los que dedicó el triunfo. Se acordó de su gente, de la delicada situación del país y del empuje que, a su manera, dan los deportistas españoles en estos momentos, como él o como los chicos de la selección. Habló de orgullo, pero no con el matiz de patriotismo de foto, sino como ejemplo de esfuerzo cuando las cosas vienen mal dadas, cuando todo parece perdido, cuando lo fácil es acomodarse en la depresión, por ejemplo en esa undécima plaza desde la que partía en el puerto mediterráneo. Él aprovechó la oportunidad, puso su habitual dosis de tenacidad y la fortuna, muy generosa, le abrazó con fuerza. Todo le salió de cine.
Se bajó del coche como los moteros y entregó una bandera de España a las tribunas, enloquecidas por la remontada de la estrella, el motivo por el que la mayoría estaba allí. El ídolo de rostro duro, siempre en guardia, se desnudó por el esfuerzo y el alivio, más sensible de lo que parece, más crío que lo que dice su estatus. Un talento al volante y una bestia competitiva que está sacando de las tinieblas a toda una escudería como Ferrari, que fichaba a un piloto campeón y ha encontrado a un líder global que pretende cerrar el 2012 con el campeonato del mundo.
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