Italia será el rival de España.
Italia, una tetracampeona del mundo con una cualidad que daría para un tratado de psicología colectiva: alcanzar el éxito desde la adversidad. En el deporte, en el fútbol, produce un efecto mágico sobre el que la Nazionale ha construido parte de su historia, al menos dos títulos mundiales, en 1982 y 2006, salpicada por la corrupción, por el Totonero y el Moggigate, respectivamente. Ese cóctel arroja campeones y ese cóctel se reproduce en esta Eurocopa. España, por tanto, no se enfrentará en la final, el domingo en Kiev, únicamente a un equipo experto. Se enfrentará a una circunstancia.
El triunfo frente a Alemania (2-1), en Varsovia, fue como el conseguido por hombres ante niños, cargados de todas las buenas intenciones posibles, pero sin la capacidad de adaptarse al escenario. Esta Alemania a la que España ha dejado en el arcén en su trayecto hasta la gloria está tierna, es débil, y en esta Eurocopa pierde un turno que probablemente no se le vuelva a presentar a una excelente generación. Para Joachim Löw, en su tercer gran campeonato, quizás haya llegado el momento de un gran club. Tiene maneras y tiene conocimientos, pero le acompaña el estigma de los perdedores. Mal asunto.
Italia tuvo la iniciativa y el control de forma nada previsible, sostenida en su plan por los goles de Balotelli, con toda la contundencia que hasta ahora no había tenido. En el segundo tanto, añadió al gol el exhibicionismo. En el caso del futbolista del Manchester City es imposible separarlos: o se le pone o se le sienta. Alemania, en realidad, no entendió lo que sucedía. Quizás pensó demasiado en España, su bestia, cuando aún debía hacerlo en Italia.
Ahora corresponde hacerlo a los españoles, y el primer partido del torneo es sólo una hoja de ruta. Una final es otra cosa. Alemania tenía un historial negro en sus enfrentamientos contra Italia en los grandes torneos. Lo había dicho el propio Löw. Toda la fortaleza mental del pasado, de la generación de Beckenbauer a la que pretende superar esta España, quién lo diría, no le corresponde a Schweinsteiger, Özil o Mario Gómez. Llegan como pocos, pierden como la mayoría. Italia tiene futbolistas que se adaptan mejor a esas situaciones. Para empezar, Buffon o Pirlo, miembros de la última gran generación, pero también De Rossi, Cassano o hasta Motta. Cuando España empató en el primer partido (1-1), las críticas llovieron sobre la selección, porque se infravaloró al rival desde el desconocimiento.
Dirigida por Cesare Prandelli, es una Italia diferente, con intenciones más ofensivas. Ante España, situó a un mediocentro como De Rossi entre sus centrales y disputó la posesión a los españoles. Se adelantó en el marcador y acabó cercada por esos finales que destapan la verdadera alma de España, dueña entonces de los espacios. Si aparecen, el triplete que nadie ha conseguido estará más cerca. Si no, será un duelo de nervios, un duelo mental, para el que esta España que ya no recuerda a Tassotti, también está preparada.
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