Para Messi nunca es suficiente
Hace una década, un hombre menudo de ojos enrojecidos y andar cachazudo llegaba al Barcelona con una promesa que se balanceaba entre la fanfarronería y la locura. «Marcaré 30 goles», fue lo que soltó aquel brasileño de nombre Romario, que acabaría cumpliendo su juramento en el último partido de la temporada 1993-1994 contra el Sevilla. Lo entonces extraordinario, Leo Messi lo ha convertido en rutina. Lleva el argentino alcanzado la treintena de goles durante cuatro temporadas consecutivas. Pero siempre subiendo la apuesta. Tras besar ayer la red cuatro veces en su partido frente a Osasuna -y marcar por undécima jornada consecutiva-, La Pulga se ha embolsado ya 33 tantos en sólo 21 partidos. Cifras escalofriantes que hablan de la tremenda regularidad de un chico ante el que los porteros se arrodillan antes de recibir el tiro de gracia, como si quisieran acelerar su destino. Un genio que nunca se detiene, sin que parezca importarle el rival, el escenario o el momento.
Ninguna réplica pudo ofrecer el antepenúltimo de la clasificación, un Osasuna al que no le quedó otra que dimitir cuando ni siquiera se había llegado a la media hora de juego. Arribas descubrió la crueldad de un reglamento que los árbitros de turno no atinan a interpretar con coherencia. El colegiado Teixeira Vitienes, siempre mal asistido en las bandas, castigó al central con la expulsión después de sendas infracciones por mano cometidas con apenas ocho minutos de diferencia. La segunda de ellas, que desembocó en el penalti anotado por Messi, permitió al Barcelona desnivelar el momentáneo 1-1 después de que Raoul Loe hubiera igualado el tanto inicial de La Pulga. El juez del partido completó el asunto mandando al vestuario a José Luis Mendilibar, la última víctima del celo arbitral.
Una vez ventilada la emoción de un partido que Jordi Roura encaró con cierta prudencia pese a la proximidad del clásico de Copa frente al Real Madrid (de inicio, sólo concedió descanso a Alba, Iniesta y Cesc), el Barcelona optó por disfrutar en esas estepas que Osasuna ya no pudo defender. Situación idónea para que los futbolistas con cuentas pendientes reclamaran la atención del foco. Hubiera sido otra tarde en la que Valdés pasara desapercibido de no ser por los aplausos que le dedicó el público. La hinchada optó así por priorizar los méritos acumulados por el meta, dejando a un lado su decisión de huir del oasis. Síntoma de que los tiempos de cainismo en el Camp Nou parecen haber quedado atrás.
También quedó satisfecho David Villa, pese a que su titularidad ayer avance una más que probable suplencia el miércoles en el Bernabéu. El delantero asturiano, tantas veces bajo sospecha por su escasa conexión con Messi, supo ayer engarzar su fútbol con el del argentino, evidenciando que su guerra por un puesto entre los intocables aún no está perdida. Si bien no marcó pese a disponer de un par de grandes ocasiones en el ocaso, Villa, en un partido intachable, participó activamente en dos de los tantos del argentino. En el cuarto, se complementó con el diez para acabar asistiéndole. Mientras que en el quinto, Messi acabaría aprovechándose de una combinación entre El Guaje y Adriano para ajusticiar a Andrés Fernández.
Otro de los que está en disposición de recuperar el favor de los técnicos y de la grada es Dani Alves. Después de brindarle ayer un gol a Pedro, el brasileño, mucho más coherente y eficaz en sus subidas por la banda, acumula cuatro asistencias en los últimos ocho días.
El amplio resultado llevaría finalmente a Roura a pensar en la Copa y abrigar a Pedro, Xavi y Busquets. No así a Messi, al que nadie osa apartar de su celestial camino.
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