Sainz se despide del triunfo
La cama como refugio, único lugar a salvo en un día tremebundo, volcado al completo contra tu ánimo. Debía pensar en ella ayer en repetidas ocasiones Carlos Sainz. Salir del saco, del campamento, había sido la peor de las ideas. Sin desayunar, antes de asearse, llegó el primer batacazo. La organización, la francesa ASO decidió revertir la decisión que había tomado el día anterior y devolverle la desventaja de 21 minutos, aceptando así la reclamación del equipo rival, el de los Mini del también galo, el líder, el diez veces ganador Stephane Peterhansel y el español Nani Roma.
Entendían los comisarios de la carrera que, pese a aceptar que falló el GPS del madrileño en el único control de paso obligatorio de la segunda etapa, el piloto contaba con un segundo aparato de localización que tan sólo estaba utilizando en esos momentos como cuentakilómetros. Era su error. «Malas noticias. La organización ha decidido volvernos a colocar la penalización de los 21 minutos. Una vergüenza, dan ganas de coger las maletas. No están seguros de los problemas del GPS pero, qué casualidad, hoy me lo han cambiado», explicaba el ganador de la prueba en 2010, ya entonces, tras encajar esa medida, a más de 45 minutos de distancia del primer clasificado.
Pero lo peor aún le esperaba en el coche, en la cuarta jornada de este Dakar. Sainz empezó muy rápido en un terreno que favorecía a su Buggy y a su técnica de conducción. Acechaban el fesh fesh, esa arenilla que hunde los vehículos, y fuertes desniveles, sobre todo dos pronunciados descensos, pero, a la vez, por delante había extensos tramos de pista cortada.
En el tercer punto de paso, transcurridos un centenar kilómetros de los 280 cronometrados que separaban las localidades peruanas de Nazca y Arequipa, se colocaba segundo por delante de su compañero Nasser Al Attiyah, que acabaría imponiéndose en la jornada, opositando a único rival de Peterhansel, que también cedía ante el madrileño en ese tramo. Roma, que entonces también lo veía desde lejos en la tabla, acabó la etapa quinto, misma posición que ocupa ahora en la general a 39 minutos del primero.
Éxito, pues, para Sainz hasta que en el kilómetro 147 de nuevo la electrónica de su vehículo le dejó tirado. De nuevo. Como el día anterior, continuas paradas del motor presagiaron una avería que le mantuvo más de 40 minutos parado, que le obligó a requerir asistencias, que le complicaba unas opciones de éxito dinamitadas después. A quince kilómetros de meta, muy cerca, nefastos recuerdos de antaño, reventó el tubo de la gasolina; cuando se quiso dar cuenta, no le restaba ni un litro de fuel. Desesperación.
Pidió combustible a un motorista accidentado; intentó arreglar el escape, pero no hubo manera. Al final, tuvo que llegar a la meta remolcado por otro coch, el del francés Eric Vigouroux, a dos horas, 36 minutos y 44 segundos del ganador. Ya está a tres horas y 18 minutos, perdidos con el líder, vigesimocuarto en la general. La victoria ya es un imposible. «El Dakar para mí ha terminado», admitía a la televisión antes de emprender el camino hacia el vivac, un larguísimo tramo de enlace. Pese al infortunio, negaba el abandono. Llegar a la meta en La Moneda, en Santiago de Chile es, ahora sí, con la intentción de recoger experiencia para años posteriores, el único objetivo.
Hoy, en la quinta jornada, tras el mal rato, los presagios no son buenos. «La etapa de mañana [por hoy] no beneficia a nuestro Buggy», comentaba Al Attiyah. El Dakar abandonará Perú y entrará en Chile para sufrir la tierra, los largos caminos de polvo en 172 kilómetros cronometrados. Sainz deberá partir tras una larga fila de coches, incluso detrás de un notable número de camiones. Su camino hasta el final del Dakar, ya sin opción alguna de triunfo, se antoja en esta ocasión más duro que nunca.
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