lunes, 21 de octubre de 2013

Márquez descalificado


Hasta a las tramas más propicias les brotan giros inesperados. Todo estaba listo para el alirón de Marc Márquez, al menos para dejar el Mundial de todos los récords de precocidad virtualmente sentenciado en Australia. Pero el guión y Jorge Lorenzo instan a aguardar. No fue una caída ni una avería. Fue peor, fue un absurdo error de cálculo (y de equipo), penalizado con una rotunda descalificación, lo que dio vida al campeonato a falta de dos Grandes Premios. 

Si finalmente Márquez se proclama campeón del mundo en Motegi o Cheste, lo sucedido ayer en Phillip Island quedará en una travesura más a añadir al álbum de los primeros pasos. El poso del tiempo hará que se observe con mirada tierna y hasta comprensiva el despiste, que emerja la sonrisa al repasarlo. Si, por el contrario, su descalificación pasa a mayores, si esto es el principio del fin, quedará tatuado en su currículo como la mancha eterna que le costó aquel campeonato. 

Porque el desliz fue imperdonable y más allá de que el equipo reconociera y asumiera la culpa, también le toca la parte de responsabilidad al piloto. La situación era inédita para Marc, sin experiencia previa en una carrera con parada obligatoria en boxes para cambiar de montura. La medida la había tomado la Dirección de Carrera por pura seguridad, pues el nuevo asfalto de Phillip Island arruinaba los neumáticos Bridgestone. Las órdenes eran claras. En una disputa reducida a 19 giros, había dos oportunidades para la muda, entre las vueltas nueve y 10. O más claro, nadie podía rodar más de una decena de vueltas con las mismas gomas. 


Pero Márquez no se detuvo ni a la primera ni a la segunda. Ni cuando lo hizo su compañero Dani Pedrosa ni cuando su rival Jorge Lorenzo, que marchaban junto a él en cabeza de la prueba. Hubiera sido tan simple como seguir el paso de los veteranos, calcar la estrategia de dos tipos que ya estuvieron allí, algo que Marc, siempre inteligente, no se cortó en hacer en otras ocasiones. Pero inexplicablemente, traicionado por los nervios o despistado por las órdenes desde la pizarra del equipo, aguantó en pista. «Sabíamos que se debía entrar entre las vueltas nueve y 10, pero creíamos que la 10 entraba dentro y éste ha sido el problema», reconocía, explicando su fallida estrategia: «el planteamiento estaba hecho. Era entrar en la última que se podía. Yo he seguido lo que me han marcado desde la pizarra». 

Lo cierto es que la inseguridad se le intuía en el rostro y en las palabras antes de partir. Le inquietaba la «nueva experiencia», que «será interesante y divertida», decía a las cámaras. Falló en el pronóstico esta vez, pagó cara la novatada y ahora el Mundial que tenía para el remate sigue con vida tras el éxito de un Lorenzo dispuesto a llevar al máximo la puja. No cederá su título sin explorar todas las posibilidades, tozudez de los más grandes. 

Y eso que la batalla se mantiene como estaba, que las cuentas previas a Australia son idénticas para el domingo en Motegi. Pero también que la bandera negra, el segundo cero de la temporada tras la caída en Mugello, traslada incertidumbre al costado del líder. Que la temporada perfecta se mancha con un borrón, que el veinteañero gastó una bala y ahora a él y a su equipo les acompaña una pesada mochila de presión. «Me han pedido disculpas de mil maneras posibles. Les digo lo de siempre: un día fallaré yo, otro día fallaréis vosotros, todos somos personas y nos equivocamos», exponía. 

Además del error en el ecuador, la carrera no pudo acoger más acontecimientos en la media hora escasa que duró. Una salida fulgurante de Lorenzo, en busca de una escapada que las Honda abortaron en seguida. Y, tras el paso por el pit lane, la brutal colisión entre Márquez y Lorenzo cuando el rookie se incorporaba a pista. Hubiera sido el momento del Gran Premio, el incidente que sobre el que hubieran versado todas las polémicas, seguramente otra vez hubieran vuelto las acusaciones y las malas caras, aunque ninguno se fue al suelo. Pero lo sucedido antes, que tuvo reflejo un momento después con la bandera negra ondeando para el 93, lo dejó en un segundo plano. 

Márquez recogió bártulos mientras Lorenzo se encaminaba sin oposición –Pedrosa se descolgó a más de un segundo– a por un triunfo que celebró con rabia allá donde hacía un año tocaba por segunda vez en su carrera el cielo del motociclismo.

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