El Barcelona por delante


La temporada del Atlético de Madrid es fantástica pase lo que pase hoy. Lo hecho por Simeone merece reconocimiento sin condicionales más allá del resultado contra el Madrid en el Bernabéu. Porque el equipo volvió a toparse con su techo, y su techo son el propio Real Madrid y el Barcelona, ambos en el espacio de 15 días en el Vicente Calderón, ambos sin jugarse absolutamente nada en esos partidos, y ambos triunfadores pese a lo voluntarioso de los de casa, que en los dos partidos se pusieron por delante y en los dos vieron cómo el marcador giraba en su contra sin saber muy bien cómo ni por qué. 

Hubo pasillo el domingo al campeón, y hubo un primer tiempo donde sólo la luz de Iniesta fue capaz de rescatar de las tinieblas todo lo que era fragor e imprecisión. Volvió del vestuario el Atlético y se encontró con una buena jugada culminada por la puntera de Falcao, un 1-0 nada más empezar la segunda parte y un Barcelona perezoso, ahogado por la frialdad de Cesc y la nulidad de Alexis. Iba haciendo Tito Vilanova cambios en el campeón y no se movía nada hasta que se movió para mal, porque una vez hechos los tres intercambios Messi murmuró algo para sí mismo y se marchó directamente al vestuario. Estaba lesionado y sin piernas para seguir. 

Fue así que el Barça jugó con uno menos los últimos 20 minutos, y fue en ese intervalo de tiempo cuando una pared entre Cesc y Alexis dentro del área y un gol en propia puerta de Gabi tras un desborde de Tello y un mal remate de Villa pusieron por delante al Barcelona y en su sitio al Atlético, que volvió a sentir la crudeza de su realidad. Los campeones de Liga, entretanto, mantienen viva la esperanza de sumar los 100 puntos e igualar la Liga blanca del año pasado. Para igualar los goles, necesitan, además, 14 goles.
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El Valencia contundente contra el Rayo



Por segunda semana consecutiva el Valencia mandó un mensaje contundente a la Real Sociedad. Ayer le dijo desde Vallecas que dará guerra hasta el final, mientras las fuerzas y las matemáticas lo permitan. Tiene hambre de Champions el conjunto de Valverde, un hambre feroz. Su contundente triunfo sobre el Rayo confirmó que llega al tramo final ofreciendo las mejores sensaciones de la temporada, la de un bloque compenetrado y enchufado. 

Esa victoria le permitió acostarse en plaza de Champions, trasladando de nuevo toda la presión a la Real, favorita en el duelo de esta noche en Anoeta ante el Granada. 
Tuvo el Valencia muy clara bajo qué consigna podría asaltar Vallecas, así que fue cocinando el choque a base de paciencia. Cada presencia del Valencia en ataque se traducía en peligro. Y el empeño acabó dando sus frutos, en un centro de Feghouli por la derecha, Jordi Figueras agarró claramente a Parejo cuando éste se disponía a chutar. Penalti que transformó Soldado para seguir engordando sus mejores registros goleadores en Primera. 

Ya tenía el Valencia el partido donde quería. Con ventaja en el marcador, resultó mucho más fácil ahondar en la herida rayista, que sangraba a borbotones en defensa. Primero probó Parejo, pero chutó alto. Luego cogió turno Soldado, que no alcanzó el centro de Piatti tras superar a Arbilla. En la acción inmediata, casi un calco de la anterior, Soldado no perdonó la asistencia de Guardado para elevar más el listón de sus goles. 
Intentó acortar distancias el Rayo antes del descanso, pero Delibasic lo hizo con la mano y, a la vuelta del vestuario, ya no tuvo ocasión de evitar la goleada. La puntilla la puso Guardado, otra vez en una buena combinación ofensiva, y el 0-4 que cerraba la goleada lo hizo Valdez instantes antes del pitido final. 

Si la pelea por la Champions ya es cosa de dos, la de la Europa League está muy viva. Málaga, Betis y Sevilla están en un pañuelo. Más firmes son los pasos de los verdiblancos, que ayer condenaron al Celta con un gol de Rubén Castro. No fue un partido cómodo para los andaluces porque cuando mejor jugaron, más incapaces fueron de batir a Javi Varas. Dos goles anulados a Rubén y Nosa hicieron que su amenazador arranque se fuera diluyendo. El Celta tomó el mando y un disparo de Aspas que pudo haber abierto el marcador lo despejó Adrián. El agobio por el que optó el equipo de Pepe Mel no surtía efecto... hasta que apareció Rubén Castro. Su gol provocó que el Betis volviera a cercar a Varas, ayudado anoche por los palos, y aunque el Celta tuvo el empate en un disparo casi a bocajarro de Oubiña, ya no pudo reaccionar. 

Quienes dieron un paso atrás fueron Málaga y Sevilla. El empate apenas les sirve. La sexta plaza del equipo de Pellegrini ya se ve amenazada por el Betis y Unai Emery no consigue despertar a un equipo que, aunque octavo, tiene un sinfín de perseguidores pisándole los talones. Necesita no dar ni un solo traspié más si quiere disputar competición continental la próxima temporada. 

Fue un partido aburrido, en el que ambos equipos rondaron la portería de su rival con frecuencia pero sin acierto. A los dos les pesó la responsabilidad de estar peleando por un objetivo con más complicaciones que las que preveían a principios de temporada. Les quedan tres jornadas para superar sus errores.
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Myke Krzyzewski



«Nos ha matado». Así de contundente se mostró el entrenador estadounidense, Myke Krzyzewski, el día que Estados Unidos fue incapaz de frenar a Spanoulis en el Mundial de 2006. Justo con la misma pócima que ayer, creando a partir de los bloqueos. El líder absoluto del Olympiacos, que ha disputado cuatro finales en los últimos cinco años y ha sido nombrado MVP en tres de ellas: Panathinaikos 2009 y Olympiacos 2012 y 2013, igualando a Kukoc, tres veces MVP (1990, 1991, 1993). «Es lo más parecido que hay a Juan Carlos Navarro. Tiene mucho talento, te puede romper de muchas formas y es decisivo», declaraba Sergio Rodríguez antes de la final. Tienen buena amistad, y la mantendrán, aunque ayer no quisiese ni verlo. 

Ayer fue el verdugo de los blancos al anotar 22 puntos, todos en la segunda mitad, siendo líder indiscutible de su equipo, dándole fluidez al juego ofensivo y rompiendo en el momento oportuno a pesar de sus 30 años. «Podemos jugar a un ritmo alto y a un ritmo bajo. Y también podemos hacer todo lo necesario para ganar un partido, ya sea por 60 puntos o 90», declaraba Spanoulis, que con tres triples consecutivos, en el arranque de la segunda mitad, alteró definitivamente la dinámica de juego y psicológica del duelo. 

La gloria le llega después de un paso efímero por los Houston Rockets. La NBA no es lo suyo. Una experiencia que le devolvió al baloncesto europeo, donde se ha convertido en el dirigente más fiable de Grecia. Incluyendo la selección nacional, con la que ha conseguido la plata del Mundial de 2006, el oro europeo de 2005 y el bronce de 2009. El metrónomo perfecto de un Olympiacos con el que no se contaba para levantar el título, pero que conocía su comodín, barbaró en el tiro exterior, con cinco triples tras el descanso. Y las estadísticas no anotan cuándo produjo su equipo, que sería una víctima propicia en otras manos.
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Alonso se exhibió



A la pequeñaja se le cambió la cara. Venía con ojos de siesta, felizmente dormida a pesar del tronar de los motores, insoportable si no portas los genes de las carreras. «¡Ganó el Nano!», dijo María, cuatro años, y la mirada intensa de su tío piloto. En su primera visita a un circuito, le vio ganador. Ella, su amuleto ahora y princesa de la carpa de Ferrari durante este fin de semana. Soñó la niña con la victoria de su tío y encontró el regalo al despertar, dichosa como todo la familia Alonso Díez, orgullosa como la grada de Montmeló, colinas ayer de banderas españolas y ferraristas. Rojo vivo de pasión por un deportista para la historia, por un competidor brutal. «No siempre ganan los alemanes a los españoles», advirtió el jueves. Ayer agarró con las dos manos el Gran Premio de España y su gran rival, Sebastian Vettel, ni siquiera subió al podio. Un golpe perfecto en el mejor lugar posible. 

Alonso levantó el dedo en una pista prohibida desde 2006, cuando triunfó por primera vez, en plena eclosión de su fenómeno en el país. La avalancha azul ha cambiado de color y aquel ganador impetuoso ha evolucionado hacia un icono en plena madurez, más afilado al volante, más concentrado y con el tesón de siempre. Lidera la escudería más famosa del mundo, a la que aprieta y aplaude, a la que quiere con locura. El título perdido en dos ocasiones le arde en el pecho y como buen superviviente, especialista en pelear con espadas de madera, intenta ahora aprovechar el mayo de su equipo. En su cuarta temporada en Ferrari parece haber encontrado el material necesario para plantar cara con serios argumentos a sus enemigos. Éstos le miran desconfiandos, temiendo el despertar. Ese día en el que Alonso tuviera una máquina prometedora ha llegado. 

Aunque su monoplaza es mejorable, todavía pesado los sábados, en carrera marca la diferencia en esta nueva temporada. El ritmo es suyo, el dominio también, y tan sólo las desgracias de Malasia y Bahrein han frenado el impulso del asturiano, lanzado, con dos victorias en cinco carreras, a 17 puntos de Vettel, el líder del mundial, demasiada desventaja para el nivel de su Ferrari. Ayer, en una pista de lava para las ruedas, avanzó constante y decidido, sin mirar atrás, con la agresividad necesaria y el temple para evitar errores, su estilo marca de la casa. Cerró las puertas a sus espaldas, donde encontró al final la interesante presencia de su compañero, Felipe Massa. Que el brasileño –noveno en la parrilla, tercero al final– reaparezca en el podio es el mejor síntoma de la buena salud de la última creación horneada en la fábrica de Maranello. 

El primer subidón de las tribunas de Montmeló fue en el despegue de Alonso tras abrirse el semáforo. Midió centímetros, asomó el morro del coche desde la quinta posición pero tiró de prudencia. La primera curva era peligrosa, destino fatal para él, como en Sepang este año o el pasado en Spa o Japón. Mejor respirar. Enfrente, las hadas de Vettel y su coche de acero. Rozó sus ruedas con las de Hamilton peleando por la segunda plaza, pero salió ileso otra vez, como en aquel choque en los primeros metros de Interlagos que le dejó grogui pero no arruinado. Salió aquella tarde de las sombras para arrebatar el Mundial a Alonso. 

Ahora la coraza del Red Bull es menos dolorosa para el español porque su monoplaza ha recortado la distancia con el bólido azul marino, tiburón de los últimos años. Avisa Alonso de que ellos aún son los favoritos, pero lo cierto es que sobre el asfalto el Ferrari ha dejado estupendas sensaciones en las primeras carreras del año. 

Ayer, tras culebrear en la salida sin riesgos, buscó más adelante el hueco en el exterior de una curva a derechas interminable. Se lanzó a fondo para superar de una tacada a Raikkonen y Hamilton, por potencia y agarre, con las fuerzas G tensionándole el cuello, con los músculos de todo el cuerpo endurecidos controlando la furia del monoplaza. El latigazo le puso a rebufo de Vettel, que acosaba ya al efímero líder de la carrera. Nico Rosberg aguantó al frente lo que le duró la alegría a sus neumáticos. Como en las últimas carreras, las gomas del Mercedes se evaporaron de inmediato. Hamilton pasó del segundo puesto al décimo en apenas unas vueltas. 

Ferrari entonces ganó la partida de la estrategia a Red Bull, adelantando una vuelta la parada de Alonso a la de Vettel. Con calzado nuevo apretó el asturiano y pasó por delante del líder del campeonato cuando éste asomaba por la vía de servicio. Desde ese momento el brío del Ferrari fue un imposible para el alemán, que incluso se quedó fuera del podio por el empuje del segundo coche rojo, el del renacido Massa. 

Al frente ya Alonso, sus retrovisores sólo se fijaban en el Lotus de Raikkonen, ese monoplaza tan cariñoso con las ruedas, que no necesita parar cuatro veces en los boxes. Le bastaron tres, pero ni así pudo recortar la distancia del Ferrari, un trueno en la pista barcelonesa. El español exprimió su máquina para obtener el colchón necesario que requerían sus planes de viaje. La ventaja variaba en función del estado de las Pirelli, invitadas clave del actual campeonato. Quién las dome, acariciará el título. Al salir del último cambio de gomas, Alonso respiró aliviado y con él sus seguidores, en pie a esas alturas para ovacionar al seguro ganador. 
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Rafael Nadal gana en Madrid



El dorso teñido de tierra, de la roja, la de toda la vida. Rafael Nadal se deja caer sobre el piso y celebra el tercer título en Madrid como si se tratara de la primera vez. No en vano, aún le pesan lo siete meses de ausencia por la tendinitis rotuliana en la rodilla izquierda, que continúa dando la lata. La culminación de la copa de ayer, cómoda, contra Stanislas Wawrinka, es igual de sabrosa que cualquiera de las otras cuatro conquistadas en lo que va de año, desde su regreso en Viña del Mar, donde Horacio Zeballos le detuvo en la instancia definitiva. 

Camino ya de Roma, donde debutará el miércoles contra el vencedor del partido entre Fabio Fognini y Andreas Seppi, Nadal cuenta con un bagaje notable antes de afrontar la cumbre, que no es otra que Roland Garros. Novak Djokovic le derrotó en la final de Montecarlo, sí, pero en la Caja Mágica ninguno de los mejores prosperó siquiera hasta las semifinales. 

Nadal ya tiene en Madrid tantas copas como Federer, a quien supera en dos Masters 1000 (23 por 21). Cuenta con los mismos títulos en polvo de ladrillo que Thomas Muster, aquel poderoso zurdo austriaco. Con 40 ambos, se encuentran a seis de Guillermo Vilas. Nadie discute al español la supremacía histórica, global, absoluta, sobre esta superficie. Seguramente ni el propio ex tenista argentino, tan celoso aún de su propio ego, a una edad donde la vanidad es definitivamente absurda. 

La vuelta a la arcilla tradicional ha sido celebrada de manera unánime por hombres y mujeres. Serena Williams, la insaciable Serena, que arrolló a Sharapova para lograr el título 50 en su carrera y defender el número uno del mundo, aseguraba que este año tal vez llegará mejor a la capital francesa gracias a esta superficie más convencional. Las opiniones convergen. 

Más allá de la altitud, Nadal no ha encontrado grandes diferencias entre Montecarlo, Barcelona y Madrid. El torneo ha estado a salvo de la agitación del pasado año. Entonces, cada conferencia de prensa podía esconder una bomba de relojería, la protesta sin ambages de algún protagonista, que encontraría réplica inmediata en un nuevo envite de Ion Tiriac. Otra de las sensatas decisiones de la edición que acaba de concluir la ha adoptado el dueño del torneo con su estruendoso silencio. Ayer, por primera vez desde que el torneo llegó a la capital, no apareció siquiera en la conferencia de prensa de balance, a la que hizo frente Manolo Santana. 

El triunfo de Nadal es también el de la coherencia. Un año después de caer contra Verdasco en octavos, con las cosas en su lugar natural ha aprovechado para empezar a resituarse en el ranking. Aún quinto, está a 25 puntos de David Ferrer, con la posibilidad de superarle si se lleva el triunfo en el Foro Itálico de Roma, algo que ya ha logrado en seis ocasiones. La cuestión no es baladí de cara al gran desafío parisino. 

La final dio poco de sí, en buena parte porque Wawrinka se reveló incapaz de sostener el ritmo del mallorquín, como le sucedió en cuartos a Pablo Andújar. «Simplemente, jugó demasiado bien», admitió el suizo, que llegaba con dos partidos consecutivos al mejor de tres sets –Tsonga, con final ya en la madrugada del sábado, y Berdych, con menos de 24 horas de recuperación– y unas condiciones físicas que, de por sí, no le distinguen por su buena movilidad. 

Roma será esta semana la última referencia antes de Roland Garros. El major aparece en esta ocasión más abierto que en las precedentes, pero con su actuación en Madrid Nadal ha dejado claro que pondrá un altísimo precio a su cabeza. Las perspectivas podrían modificarse si Djokovic vuelve a dar un golpe de mano similar al de Montecarlo. 

Con Federer aparentemente ajeno a la pelea y Murray en una de sus peores pretemporadas en arcilla, sólo el serbio puede reunir los argumentos suficientes para cuestionar el octavo título de Nadal en París, una hipótesis que vuelve a cobrar mayor fuerza.
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El Getafe consigue frenar a la Real



No hay rachas sin calidad, no las hay tampoco sin una pizca de suerte. La Real se vio desprovista ayer de esos dos atributos, vitales para convertir lo extraordinario –ganar cada domingo– en algo normal. No perdían los donostiarras desde su visita al Santiago Bernabéu, el día de Reyes. Exactamente cuatro meses después, el Getafe puso fin a esa racha estratosférica que devolverá a los donostiarras a Europa la próxima temporada. Luis García le dio una lección táctica a Montanier. La presión asfixiante que propuso el técnico azulón anuló los argumentos del cuarto clasificado de la Liga. Le obligó a precipitarse y a cometer errores, que son los pecados más graves que puede cometer un equipo de fútbol. 

Comenzó vigorosa la Real, con el mismo comportamiento que viene mostrando en jornadas pretéritas, nada penalizada por las bajas de su metrónomo, Illarramendi, y su cofre de sabiduría, Xabi Prieto. Con la fugacidad habitual, Carlos Vela adelantó enseguida al bloque donostiarra. Zurutuza, desde la banda izquierda, centró con el exterior de su pie derecho cuando la lógica dictaba un nuevo pase en corto. El mexicano, pillo y certero, se coló entre los zagueros para batir con un gran remate de cabeza cruzado a Moyá. 

La presión azulona moderada en los primeros minutos, se maximizó con el paso del tiempo, obligando a la Real a precipitarse en sus acciones ofensivas y generando nervios atrás. El ejemplo más palmario de esta dinámica fue la jugada que propició el empate de los madrileños. Markel, apretado por los delanteros rivales, puso un extraño pase atrás desde la banda al punto intermedio entre Mikel e Iñigo Martínez. Pedro León, atento y rápido, apareció por ese surco para fusilar a Bravo sin piedad. 

Le entraron las dudas a la Real, incapaz de desarrollar su propuesta con comodidad. Fueron minutos de fogueo, pues ni la Real materializaba sus jugadas, ni el Getafe tenía las cosas claras en ataque. De modo que el siguiente gol llegó como el anterior, con un error txuriurdin, de Bravo en este caso, que despejó al frente un chut de Lafita para que Barrada la batiera con facilidad. Mientras al Getafe le aguantó el físico, la Real fue incapaz de proponer un fútbol que le beneficiara. Conforme el esfuerzo fue dañando a los madrileños, el conjunto guipuzcoano fue ganando terreno y posesión, pero sin la claridad de ideas necesaria. Un buen centro del Chory al que no llegaron Vela y Agirretxe y una volea de Griezmann fueron las ocasiones más claras. El resto, fuegos de artificio. Algún día tenía que llegar. El encargado de frenar a los donostiarras fue un Getafe que nunca perdió la fe.
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Aranda se convierte en una pieza esencial para la investigación de la Liga



Apenas formó parte de la plantilla del Levante seis meses, pero Carlos Aranda se ha convertido en una figura clave en las sospechas que han provocado que la Liga de Fútbol Profesional (LFP) pida a la Fiscalía Anticorrupción que investigue el Levante-Deportivo. En su teléfono móvil podrían estar los primeros «indicios» que el presidente de la Liga, Javier Tebas, esgrime como motivo para haber escudriñado todo lo que pasó en el Ciutat de València el pasado 13 de abril. Después, las sospechas se agrandaron por la discusión entre Barkero, Munúa, Ballesteros, Juanfran y Juanlu en el descanso del partido. 

La semana previa a la disputa del duelo entre valencianos y gallegos, Aranda, según desveló Onda Cero, recibió un mensaje de uno de sus ex compañeros granotas en el que le preguntaban cuánto estarían dispuestos a pagarles como prima por vencer al Deportivo, rival directo de los granadinos en la pelea por eludir el descenso. 

El delantero, según ha podido corroborar este diario, se lo comunicó a su presidente, Quique Pina, y la denuncia llegó a la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) y a la Liga, que se pusieron alerta ante la posibilidad de que ocurriera algo extraño en ese partido. La contundente derrota y las acusaciones de Barkero provocaron la denuncia formal ante la Fiscalía y el inicio de la investigación. Las disculpas públicas del futbolista guipuzcoano sólo contribuyeron a darle más cuerpo a las sospechas, porque no sonaron convincentes. Juanlu es el único que las ha recibido en el ámbito privado. 

Aranda, aunque pretende mantenerse al margen de la polémica, al menos públicamente, se ha convertido en una pieza esencial para que la Liga pueda llevar a cabo el castigo ejemplar que pretende. Si no muestra voluntariamente el mensaje, las indagaciones serán mucho más complicadas. Y, de momento, no se lo han reclamado. 

El delantero, que no encajó en el Levante y se marchó al Zaragoza en el mercado de invierno de la campaña 2011-12, ha visto cómo esta temporada ha tenido mucha relación con el devenir de los granota. En diciembre, aún a las órdenes de Manolo Jiménez, marcó un gol en el Ciutat de València en el último suspiro de un duelo en la Copa del Rey que acabó siendo clave para que el Levante cayera eliminado. Después, ya en Los Cármenes, protagonizó un altercado en el túnel de vestuarios con Ballesteros, Navarro e Iborra al término del Granada-Levante que el colegiado recogió en el acta. 

Pese a que desde la LFP se espera que la Fiscalía acelere las pesquisas, el Levante asegura que no tiene conocimiento de por dónde camina o puede caminar la investigación. Nada les ha sido comunicado desde que Javier Tebas llamara a Quico Catalán para informarle de que tenían «indicios» de amaño del Levante-Deportivo. De momento, lo único que piensan es en certificar su salvación matemática con una victoria el próximo viernes ante el Zaragoza.
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Esperanza para el Málaga



Reglamento de Juego Limpio Financiero de la UEFA, Artículo 57. En él se pretende que se cumpla lo dispuesto en otros artículos posteriores, ideados para que los clubes no gasten más dinero del que generan. Dicho apartado de la legislación futbolística europea ha sido denunciado ante la Comisión Europea (CE) por un representante de futbolistas, Daniel Striani, que trabaja con un abogado que ya sabe lo que es cambiar la legislación en el deporte rey: Jean-Louis Dupont. 

Se trata del mismo letrado que defendió a Jean-Marc Bosman, que cambió el mercado futbolístico en Europa a mediados de los 90. Ahora, Dupont pone en tela de juicio la normativa de la UEFA, ya que se inmiscuye en «acuerdos entre empresas» que sí están contemplados en el Tratado de la Unión Europea. Striani considera que impedir que los clubes que no cumplan esos requisitos jueguen en Europa sólo beneficiará a los equipos mejor dotados económicamente y penaliza a los pequeños, algo que puede repercutir en el número de contrataciones y transacciones de futbolistas, además de que su salario sea menor, algo malo para los deportistas y, por ende, para sus agentes. 

Este caso abre una puerta de esperanza para el Málaga, que aún espera una pronunciación del Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) sobre el recurso interpuesto por el club andaluz a la sanción que recibió por parte de la UEFA y que le impediría disputar competiciones europeas la próxima temporada en caso de clasificarse. 

El Málaga recibió la sanción, más una multa económica y la posibilidad de que se ampliara dicho castigo, por no estar al corriente de pagos, aunque el club recurrió al TAS y siempre se ha mostrado optimista con que el Tribunal acepte su apelación. No obstante, la fecha del juicio se ha retrasado en las últimas semanas y, salvo nueva incidencia, será el 2 de junio. 

Hasta entonces, los blanquiazules no sabrán qué pasará con su clasificación. De momento, con ganar dos de los cuatro envites que le restan al campeonato estarían entre los siete primeros. Además, los de Pellegrini sólo han estado fuera de los seis primeros puestos de la tabla en una jornada (la segunda). 
Si se confirma la sanción al equipo andaluz, no podría jugar en Europa si se clasificara este año y, si no lo hiciera, el castigo permanecería congelado por si lo consiguiera en cualquiera de las próximas tres temporadas. Todo un palo a su futuro que ahora ve una puerta para la redención tras la denuncia de Striani que ya estudia la CE.
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El espíritu de Marc Márquez



«No me preocupa que me tilden de agresivo. Si me preocupara, no lo haría». Fue una de las reflexiones de Marc Márquez nada más terminar la carrera de Jerez, tras el incidente con Jorge Lorenzo que desató la caja de los truenos del Mundial. Más bien fue una conclusión: «Es mi estilo». No va a cambiar. También dijo: «Al final me ha salido el espíritu de siempre querer más». 

Sólo hace falta echar un vistazo a su trayectoria reciente para saber en qué consiste ese espíritu. Principalmente la temporada pasada está plagada de acciones similares. Márquez ejecuta, tira de agresividad, alguien sale perjudicado y llega la polémica. También las sanciones. Eso sí, siempre pide perdón. 

Por ejemplo, en 2012 hubo hasta cuatro ocasiones en la que salió a relucir el lado salvaje. Nada más comenzar el campeonato, en Qatar, Marc recibió un aviso de Dirección de Carrera, ya que Thomas Luthi se quejó debido a una derrapada que obligó al suizo a irse largo en una curva y perder la oportunidad de luchar por la victoria en la última vuelta. 

Poco después, en Cataluña, llegó quizá la más sonada de las polémicas que además fue el inicio de una rivalidad. Pol Espargaró –con quien ya se las había tenido en 125cc– salió volando peligrosamente cuando Marc le cerró sin mirar en la curva 10. Dirección de Carrera, de oficio, le sancionó con un minuto, aunque un recurso del equipo la anuló posteriormente. En Misano, semanas después, otro escalofriante mano a mano con el de Granollers –rivalidad infinita que no tardará en prolongarse en MotoGP–, en la que llegaron las quejas públicas: «No me ha gustado la manera de luchar que ha tenido Márquez». 


No acabaron ahí las peripecias del actual líder del Mundial, siempre en el ojo del huracán. En Motegi fue Mika Kallio el que se llevó la peor parte y se lo recriminó desde el mismo suelo, y en Cheste, en la última carrera, cuando ya era campeón, finalmente le llegó la sanción que se veía venir. Allí salió en la última posición de carrera –luego firmó la recordada y espectacular remontada para ganar– tras tirar a Simone Corsi. 

Todos esperaban su leyenda en MotoGP y no ha tardado en ser él mismo, un estilo bastante similar al de Valentino Rossi y que el italiano siempre ha defendido. En Jerez fue el primer roce y lo tuvo nada menos que con el campeón del mundo. Dirección de Carrera no vio nada extraño y no estrenó el Carné por Puntos: «Lo consideramos un acto de carrera». 

Y aunque Jorge Lorenzo se mostró muy contrariado por la acción no es porque en el pasado él no haya sido un piloto agresivo. Ayer circulaba un vídeo en el que embiste a Joan Olivé en esa misma curva –ahora Jorge Lorenzo, entonces Ducados– para ganar la carrera de la Copa Aprilia. Apenas tenían 10 años pero ya concluía: «Lo siento por él, pero así son las carreras». Bien es cierto que, después de varias lesiones graves, el balear había optado por la prudencia sobre el asfalto. «Esto igual me hace sacar otra vez mi lado agresivo a partir de ahora», dijo después en Onda Cero Jorge. 

Ayer, ambos se volvieron a ver las caras en el trazado andaluz, pues los equipos se quedaron haciendo unos test oficiales. Con las aguas más calmadas, Márquez marcó el mejor tiempo (1:38:824), por delante de Cal Crutchlow y del propio Lorenzo. En unos días, en Le Mans, regresa la acción.
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Jason Collins sale del armario



A Jason Collins le empujó a salir del armario el gesto del joven congresista demócrata Joe Kennedy, que desfiló el año pasado por las calles de Boston durante la jornada del Orgullo Gay. Ambos vivieron juntos en la Universidad de Stanford y desde entonces les une una gran amistad pese a tener orígenes bien distintos: Jason se crió en un suburbio de Los Ángeles y Joe es el nieto de Bobby Kennedy. 
«Oír lo que había hecho Joe me llenó de envidia», explica Collins en el largo artículo de Sports Illustrated en el que desvela su condición sexual. «Me sentía orgulloso de él pero furioso al pensar que yo ni siquiera podía jalear como espectador a mi amigo heterosexual». 

Ningún otro jugador de la NBA ha desvelado su homosexualidad durante su carrera. Lo hizo el pívot británico John Amaechi cuatro años después de retirarse y desde entonces nadie había dado un paso similar en el baloncesto profesional. Tampoco en deportes como el béisbol, el hockey sobre hielo o el fútbol americano, cuyas grandes ligas siguen sin tener un solo jugador abiertamente gay. 

Collins tiene 34 años y es uno de los pívots más respetados de EEUU. Ha disputado dos finales, ha estado en nómina en seis equipos y ha jugado 12 temporadas consecutivas de la NBA. Este año ha repartido su tiempo entre los Boston Celtics y los Washington Wizzards y ahora quiere encontrar un equipo que le permita alargar su carrera en el baloncesto profesional. 
El pívot empezó a darle vueltas a salir del armario en otoño de 2011 durante el cierre patronal de la NBA. Pero fue el ejemplo de su amigo Joe Kennedy lo que le decidió a dar el paso después de muchos meses de reflexión. 

Se lo dijo primero a su tía Teri, que ejerce como jueza a las afueras de San Francisco y se quedó de piedra cuando ella le dijo que ya sabía que era gay. Para sus padres y para su hermano mellizo Jarron fue una gran sorpresa. Pero la confidencia ayudó a reforzar los lazos familiares y convenció a Collins de que era el momento de dejar de esconder su homosexualidad. «He alcanzado un status en la vida en el que puedo hacer más o menos lo que quiero y quería ser auténtico, genuino y fiel a mí mismo. Quería ser yo quien hiciera el anuncio y no la web de cotilleo TMZ». 

El anuncio de Collins atrajo ayer los elogios de colegas como Baron Davis o Kobe Bryant. También el reconocimiento del ex presidente Bill Clinton, la ex tenista Martina Navratilova y el responsable máximo de la NBA, David Stern. 

Collins ha preferido esperar a final de temporada para hacer el anuncio porque no quería que fuera una distracción para sus colegas. Pero este año lució en la espalda el número 98 como tributo al joven Matthew Shepard, secuestrado, torturado y asesinado en 1998 por su condición homosexual. A Collins no le gustaría que le colgaran una etiqueta a partir de ahora. Es homosexual pero también afroamericano, cristiano y amante de la música negra. Aún no sabe en qué equipo jugará el año que viene. Pero el 8 de junio estará en las calles de Boston desfilando con su amigo Joe Kennedy en el día del Orgullo Gay.
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El Málaga se sintió muy cómodo



Cambio de ritmo, de piezas, de nutrientes. Manuel Pellegrini revitalizó al equipo con varias modificaciones en la alineación y el Málaga se sintió muy cómodo. El mismo patrón que siempre, con menos espacios entre líneas y una distribución de actores algo distinta. Le sentó todo muy bien a los locales. Tanto que se fueron al descanso con la ventaja de un gol, un par de ellos más fallados y otro anulado erróneamente. 

Después, Weligton marcó el segundo del choque de un cabezazo, rentabilizando otro gran golpeo de Morales y ahí entró en escena Luis García para agitar el choque. Valera recortó distancias y aunque el Getafe pudo empatar, también pudo irse con más goles en contra cuando se lanzó a tumba abierta en la recta final del encuentro. Ni Baptista ni Joaquín tenían la mira calibrada. Un mal menor tras las dos primeras dianas que dejan a los costasoleños instalados en zona UEFA, con las aguas tranquilas y la posibilidad de que Valencia y Real Sociedad le concedan la posibilidad de volver al cuarto puesto. El hambre de la plantilla, ahíta de gloria esta campaña, será lo que le ponga la guinda al pastel. Ayer cumplieron el expediente. 

Pellegrini le dio el centro del campo a Demichelis, el centro de la zaga a Sergio Sánchez, una de las bandas a Morales y la delantera a Roque Santa Cruz. Pronto, el Málaga empezó a sentirse bien. Sin llegar hasta el corazón del área rival, los andaluces supieron disparar desde la frontal con peligro. Codina andaba despierto. 

El técnico del Getafe acertó en los cambios, metió más ritmo a su zona atacante y se dedicó a devorar la suficiencia local hasta amedrentar al respetable. Valera recortó distancias remachando con furia un balón dividido en el área. Dejó más de 20 minutos por delante para pelear por un punto. Anduvieron cerca, gracias a un Sarabia muy listo, rápido y eficaz, y a la peculiar manera de plantarse en la frontal con pocos pases y mucha velocidad que tiene el conjunto madrileño. Caballero volvió a ser un seguro de puntos, otra vez con un rendimiento superior.
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El misterio de Messi



Alrededor de Leo Messi gravitan esperanzas pero también misterios. En su órbita habitaban los sueños de poder golear al Bayern y lograr estar en la final de la Liga de Campeones. No obstante, el secretismo sobre su estado físico ha vuelto a aparecer. Ayer, el goleador del Barcelona se sentó en el banquillo y de ahí no se movió. ¿A qué se debía su ausencia tras su reaparición estelar ante el Athletic? 

No se hizo público ningún comunicado médico sobre la estrella, ni siquiera se comentó de forma somera por qué no iba a ser titular ante la escuadra germana. Tuvo que responder al asunto Tito Vilanova, una vez acabado el sueño, con una sonora bofetada en forma de derrota por goleada: «Jugó en Bilbao porque se encontraba mucho mejor, ya se vio en su juego, en el cambio que le dio al equipo. Pero al final notó una sensación extraña», explicó el entrenador azulgrana. 

«No hay lesión, pero después de tantos días que no está entrenando, no se siente cómodo», descubrió. Messi se ejercitó el martes, en la previa del partido europeo, pero «la sensación era que con alguna jugada explosiva se podría romper y creía que no podía ayudar al equipo». Problema: la aceleración sorpresiva es el fuerte del argentino. 

El técnico y el jugador negociaron tras las consultas realizadas ayer con el grupo de fisioterapeutas de la entidad, que no jugaría de inicio ante el Bayern ya que «no se sentía cómodo» y que si hubiera alguna posibilidad de remontada, saliera al campo como ya hiciera, por ejemplo, ante el Paris Saint-Germain. No hizo falta. 

Precisamente en París, en el Parque de los Príncipes, el argentino sufrió una lesión en el bíceps femoral de su pierna derecha. No se especificó el daño. En los siguientes comunicados no se ha entrado en detalles sobre su dolencia. Pero sí que se ha creado un espectáculo a su vera. Cuando se ejercitó antes del duelo de vuelta ante el PSG, todas las miradas estaban depositadas en él. Salió el último. 

Desde ese encuentro, en el que participó en el gol del empate y luego pasó a caminar por el terreno de juego al no poder forzar su físico, su dosificación ha sido un hecho. Tanto, como para que el Barça avisara de que no había empeorado de ésta. No se había agravado. El misterio de su lesión perdura a día de hoy a pesar de las explicaciones dadas ayer por el preparador azulgrana. 

El mismo Tito Vilanova no se muerde la lengua cuando confiesa que el Barcelona tiene dependencia de Leo Messi. Argumenta que es de lo más lógico: se trata del mejor futbolista del mundo, cualquiera notaría su ausencia. Y no le faltan apoyos en esta teoría. Ayer le secundó el presidente Sandro Rosell. 

«Me remito a lo que dijo Vilanova: cuando tienes al mejor jugador del mundo, si no está, lo notas. Pero los demás también han dado la cara, estoy muy orgulloso de ellos, del cuerpo técnico, del público, que sabe que el Barça sabe ganar y perder», defendió sobre el astro el mandatario azulgrana. 
Sin embargo, Gerard Piqué fue más escueto: «Con Messi, el resultado habría sido el mismo». Curioso, hace semanas, tras empatar ante el PSG 1-1 tras la entrada al campo de juego de Messi, dijo: «Hablamos del mejor jugador del mundo. Si las cosas no salen tienes que usarle sí o sí». 

Sus 58 goles a lo largo de la temporada han sido una bendición para el Barcelona, pero también le han podido pasar factura. Desde el encuentro ante el equipo parisino, ha tenido que ir apareciendo con las estrellas invitadas en las series de televisión: de vez en cuando. Todo con tal de que llegara en óptimas condiciones al tramo decisivo de la temporada. No ha sido así. 

Suele decirse que a Messi le gusta jugar todos los encuentros. Sin embargo, su imagen en el banquillo se ha tornado habitual. Será hasta que mejore, hasta que esté en perfectas condiciones. Hasta entonces, queda tiempo para reflexionar si merece la pena que actúe siempre o si es más aconsejable que pueda tener algún día de descanso sin marcar goles.
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El Barcelona eliminado de la Champions



«Nada en el mundo repugna tanto al hombre como seguir el camino que ha de conducirle a sí mismo». La sentencia, extraída del Demian de Hermann Hesse, podría servir como epitafio del Barcelona. Un equipo al que su lastimosa eliminación de la Liga de Campeones frente a un Bayern que le humilló por dos veces le condena a una urgente reinvención. 

Porque el equipo de Vilanova sólo logra expresarse a partir del balbuceo, la impotencia e incluso la dejadez, cuando antes era el balón el único hilo conductor de un discurso cada vez más ininteligible. El global de cero goles a siete en las semifinales del máximo cetro continental (el peor registro europeo de la historia barcelonista) evita nuevos engaños y abre de par en par la hegemonía alemana que Bayern y Borussia escenificarán en Wembley. 

El camino hacia esa nueva etapa a la que se enfrenta el Barcelona sería difícil de entender sin el papel de Leo Messi en los últimos tiempos. Guardiola, y luego Tito Vilanova, fiaron buena parte del proyecto a su Rey Sol. Ello permitió a los azulgrana vivir uno de los ciclos más triunfales de la historia de este deporte, pero el plan traía consigo también el germen de la decadencia. La caída de La Pulga en el momento capital del presente curso ha desnudado las carencias de un equipo tan descuidado en los despachos como en el vestuario. Un club en el que todas las esferas han dejado de creer. 


Dejó de creer la hinchada, cuando a una hora del inicio del encuentro de ayer se conoció la ausencia de Messi. Ya habrá tiempo de preguntarse por qué el argentino jugó los 90 minutos de Múnich si no estaba recuperado, o porque se le utilizó como revulsivo el pasado fin de semana en San Mamés. Aunque, visto el oscurantismo con el que se ha gestionado su lesión, quizá nada tenga ya respuesta. 

Dejaron de creer los rectores del vestuario, Tito Vilanova y Jordi Roura, incapaces de agitar al grupo con propuestas, ya no de autor, sino que al menos pudieran corromper el impecable diseño del partido que volvió a plantear un Bayern que esta vez tampoco se inmutó. Más incomprensible sería esa decisión de los técnicos de mandar al banco a Xavi e Iniesta en los primeros compases del segundo acto, se supone que en un intento de reservarlos para la Liga, llevando al equipo al desequilibrio y la ruina. 

Y, por supuesto, también dejaron de creer los propios futbolistas, a los que pareció por momentos que el cuento de caer con orgullo no fuera con ellos y sin más referentes que Piqué, único portavoz de los males que carcomen al equipo. Mal síntoma para un grupo en el que sólo la línea defensiva parecía dar señales de vida, pero que acabó bajando los brazos de manera lamentable justo después de que Robben marcara el primer gol alemán en el amanecer de la reanudación. 


Pero todo se coció mucho antes. Una vez Javi Martínez y Schweinsteiger volvieron a apretarle los grilletes a Iniesta y Xavi, la suerte estaba echada. Sobre todo al ver cómo los atacantes no iban a dar tampoco una a derechas. Han pasado ya varios meses desde que David Villa se recuperó de su lesión. Sin embargo, no encuentra el asturiano la forma de recuperar aquella chispa que le permitía buscar balones al espacio, no sólo al pie. Pedro, mientras, sigue sin aportar mucho más que presión, una vez ha dejado a un lado tanto el dribbling como el gol. Mucho más preocupante resulta el caso de Cesc. Tras dos temporadas en la plantilla, resulta imposible saber siquiera de qué juega. 

El Camp Nou intentaba aplaudir, aunque el gol en propio puerta de Piqué y el posterior de Müller invitaran más a un abucheo generalizado que la hinchada sólo perdonó por respeto a un ya lejano recuerdo. 
Pero lo ocurrido ayer no fue lo peor que le deparará a este Barcelona. Ahora tocará celebrar una Liga que, lejos de abrir nuevas ilusiones, cierra el círculo de la manera más grotesca.
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Bella derrota del Madrid



Nadie, nadie hace de la desesperación algo tan bello como el Madrid, aferrado a un intangible que ni siquiera responde a un código genético, como se dice, porque no lo tienen ni Benzema, ni Essien, ni siquiera Cristiano y, mucho menos, este otoñal Kaká. Es algo que se siente cuando se pisa el Bernabéu, pero aun así, es algo que jamás se comprende. Eso y no el juego, excelente en el arranque, frenético al final, pero mediocre en el ecuador, llevó al Madrid hasta donde tantas veces ha estado y otras muchas ha vencido. El destino le negó la gloria que antes no alcanzó por fútbol, aunque no el amor de los suyos. Lo merecían los jugadores y los aficionados, que hicieron de la derrota una eucaristía de madridismo, tanto como merece la final este Borussia Dortmund, mejor a lo largo de la Champions.

El Madrid debe darle los buenos días a la tristeza como escribió Françoise Sagan, como cantó Vinicuis, como lo que siempre fue y como lo que demostró ser de la mano de su gente, unido, fuera o no con Casillas como aguador y consuelo de un Sergio Ramos hecho un llanto. No es momento de hablar de Mourinho, de su futuro o del alegato de sí mismo en mitad del dolor. No al menos en estas líneas. Es momento de disfrutar de una bella derrota como si fuera una bella y triste canción.

Ese mismo Mourinho empezó de otro modo, con una decisión de entrenador. La elección de Modric, pero por Khedira, con Özil en su sitio, suponía un cambio drástico en su ideario. Nada de un mediocentro físico, porque el partido necesitaba todos los pases posibles desde el principio, en largo como en corto, y para ello el triángulo Alonso-Modric-Özil era lo mejor que este Madrid tiene en su catálogo, a pesar del mal estado del tolosarra. En esta eliminatoria, no ha estado en su nivel. La decisión, además, implicaba un mensaje: hay que jugar. El croata no es un futbolista de estampida, es un centrocampista que necesita pausa. La mezcla alumbró, de pronto, un Madrid rápido, como siempre, pero rico y, lo más importante, que no confundió velocidad con precipitación. La maniobra desconcertó al Borussia, más impactado por el juego del rival que por la atmósfera, imponente. El Bernabéu nunca falla en estos días. Se diría que le ponen, que ama a quienes desean lo imposible, como escribió un alemán. No fue el ocurrente Klopp. Fue Goethe.


Después de haber dominado por tres veces a un Madrid al que siempre cedió la posesión, y conocedor el técnico de las dificultades de los blancos para el ataque posicional, la variable de Modric resultó inesperada. Había planeado aliarse inicialmente al reloj, parapetarse en su campo, con la presión baja, y esperar el desespero del contrario. De pronto, alguien cambiaba la forma de atacarle. Higuaín salía de la zona del delantero para buscar la cal y arrastrar a los centrales, en coordinación con Özil, que pasaba a ocupar su zona. Había dinamismo y había versatilidad. Lo que faltó fue gol. Hasta tres veces lo pudo conseguir el Madrid en un arranque que no fue simplemente una carga. No. Fue un fútbol luminoso, aunque la sensación posterior es que no supo cómo mantenerlo. Habría una pregunta más que hacerese. O hacerle al entrenador, mejor dicho, y es por qué esa versión del Madrid no se ha dejado ver con más asiduidad. En Dortmund, sin ir más lejos, donde también jugó Modric, pero con Özil en la banda. Es como dejar tuerto a un pintor.


En Madrid, en cambio, Modric se asomó al balcón y Özil filtró la pelota en mitad de la indecisión alemana. El argentino se enfrentó al mano a mano. Cuando la grada cantaba el gol, Weindenfeller se interpuso. La aparición iba a tener su reedición ante Cristiano, en un envío larguísimo que el portugués cazó a la mediavuelta, sobre el mismo arquero, pero el balón lo rechazó su cuerpo. No había cesado la carga cuando fue Özil quien recibió en la derecha con el frente despejado. Con todo a favor, se perfiló y lanzó fuera. Tres ocasiones como tres soles, pero no tres goles.
Klopp sufrió la pérdida de su referencia, Mario Götze, lesionado, pero mandó a sus hombres dar un paso adelante, porque lo contrario era el suicidio. Lewandowski pisó entonces área y sometió a Sergio Ramos a un durísimo duelo, para el que el español tuvo que usar de todo, las piernas, el cuerpo y los brazos. La presión alemana subió metros y apareció en escena Gündogan. Con gran sentido táctico y una descarga de primera propia de los mejores españoles, cambió el partido de dirección. El Madrid sustituyó entonces la triangulación por el pelotazo y ya todo ocurrió de la forma que quería el Borussia, hasta que algo que no podía entender lo llevó al precipicio.


Antes, al conjunto alemán le bastó con la posición de Hummels, mejor en todo que sus oponentes. El hombre del error en Dortmund que dio esperanzas al Madrid, se anticipó, salió y templó. El descanso tuvo un efecto psicológico para todos, especialmente para el Borussia, capaz de reeditar las ocasiones que había tenido el Madrid, tras la reanudación. Lewandowski lanzó fuera, a la defensa y al palo cuando todo estaba a su favor. Pero ninguna de esas ocasiones fue como la que disfruto Gündogan. El centro de Reus lo presentó ante Diego López y cuando ya intuía el gol, la mano del portero resultó milagrosa. Era la mano de un ángel, de otro ángel.

Mourinho dio entrada a Kaká y Benzema, artífices de la acción por la derecha que dio tibias esperanzas al Bernabéu, a falta de ocho minutos. Fueron reales cuando Sergio Ramos cazó el balón en el área. Al rugido le siguió el parón de Bender, intencionado, y una prolongación descomprimida en la hierba, pero nunca en la grada, unida, no dividida. En la eliminación, ganó el madridismo.
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