martes, 14 de mayo de 2013

Alonso se exhibió



A la pequeñaja se le cambió la cara. Venía con ojos de siesta, felizmente dormida a pesar del tronar de los motores, insoportable si no portas los genes de las carreras. «¡Ganó el Nano!», dijo María, cuatro años, y la mirada intensa de su tío piloto. En su primera visita a un circuito, le vio ganador. Ella, su amuleto ahora y princesa de la carpa de Ferrari durante este fin de semana. Soñó la niña con la victoria de su tío y encontró el regalo al despertar, dichosa como todo la familia Alonso Díez, orgullosa como la grada de Montmeló, colinas ayer de banderas españolas y ferraristas. Rojo vivo de pasión por un deportista para la historia, por un competidor brutal. «No siempre ganan los alemanes a los españoles», advirtió el jueves. Ayer agarró con las dos manos el Gran Premio de España y su gran rival, Sebastian Vettel, ni siquiera subió al podio. Un golpe perfecto en el mejor lugar posible. 

Alonso levantó el dedo en una pista prohibida desde 2006, cuando triunfó por primera vez, en plena eclosión de su fenómeno en el país. La avalancha azul ha cambiado de color y aquel ganador impetuoso ha evolucionado hacia un icono en plena madurez, más afilado al volante, más concentrado y con el tesón de siempre. Lidera la escudería más famosa del mundo, a la que aprieta y aplaude, a la que quiere con locura. El título perdido en dos ocasiones le arde en el pecho y como buen superviviente, especialista en pelear con espadas de madera, intenta ahora aprovechar el mayo de su equipo. En su cuarta temporada en Ferrari parece haber encontrado el material necesario para plantar cara con serios argumentos a sus enemigos. Éstos le miran desconfiandos, temiendo el despertar. Ese día en el que Alonso tuviera una máquina prometedora ha llegado. 

Aunque su monoplaza es mejorable, todavía pesado los sábados, en carrera marca la diferencia en esta nueva temporada. El ritmo es suyo, el dominio también, y tan sólo las desgracias de Malasia y Bahrein han frenado el impulso del asturiano, lanzado, con dos victorias en cinco carreras, a 17 puntos de Vettel, el líder del mundial, demasiada desventaja para el nivel de su Ferrari. Ayer, en una pista de lava para las ruedas, avanzó constante y decidido, sin mirar atrás, con la agresividad necesaria y el temple para evitar errores, su estilo marca de la casa. Cerró las puertas a sus espaldas, donde encontró al final la interesante presencia de su compañero, Felipe Massa. Que el brasileño –noveno en la parrilla, tercero al final– reaparezca en el podio es el mejor síntoma de la buena salud de la última creación horneada en la fábrica de Maranello. 

El primer subidón de las tribunas de Montmeló fue en el despegue de Alonso tras abrirse el semáforo. Midió centímetros, asomó el morro del coche desde la quinta posición pero tiró de prudencia. La primera curva era peligrosa, destino fatal para él, como en Sepang este año o el pasado en Spa o Japón. Mejor respirar. Enfrente, las hadas de Vettel y su coche de acero. Rozó sus ruedas con las de Hamilton peleando por la segunda plaza, pero salió ileso otra vez, como en aquel choque en los primeros metros de Interlagos que le dejó grogui pero no arruinado. Salió aquella tarde de las sombras para arrebatar el Mundial a Alonso. 

Ahora la coraza del Red Bull es menos dolorosa para el español porque su monoplaza ha recortado la distancia con el bólido azul marino, tiburón de los últimos años. Avisa Alonso de que ellos aún son los favoritos, pero lo cierto es que sobre el asfalto el Ferrari ha dejado estupendas sensaciones en las primeras carreras del año. 

Ayer, tras culebrear en la salida sin riesgos, buscó más adelante el hueco en el exterior de una curva a derechas interminable. Se lanzó a fondo para superar de una tacada a Raikkonen y Hamilton, por potencia y agarre, con las fuerzas G tensionándole el cuello, con los músculos de todo el cuerpo endurecidos controlando la furia del monoplaza. El latigazo le puso a rebufo de Vettel, que acosaba ya al efímero líder de la carrera. Nico Rosberg aguantó al frente lo que le duró la alegría a sus neumáticos. Como en las últimas carreras, las gomas del Mercedes se evaporaron de inmediato. Hamilton pasó del segundo puesto al décimo en apenas unas vueltas. 

Ferrari entonces ganó la partida de la estrategia a Red Bull, adelantando una vuelta la parada de Alonso a la de Vettel. Con calzado nuevo apretó el asturiano y pasó por delante del líder del campeonato cuando éste asomaba por la vía de servicio. Desde ese momento el brío del Ferrari fue un imposible para el alemán, que incluso se quedó fuera del podio por el empuje del segundo coche rojo, el del renacido Massa. 

Al frente ya Alonso, sus retrovisores sólo se fijaban en el Lotus de Raikkonen, ese monoplaza tan cariñoso con las ruedas, que no necesita parar cuatro veces en los boxes. Le bastaron tres, pero ni así pudo recortar la distancia del Ferrari, un trueno en la pista barcelonesa. El español exprimió su máquina para obtener el colchón necesario que requerían sus planes de viaje. La ventaja variaba en función del estado de las Pirelli, invitadas clave del actual campeonato. Quién las dome, acariciará el título. Al salir del último cambio de gomas, Alonso respiró aliviado y con él sus seguidores, en pie a esas alturas para ovacionar al seguro ganador. 

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