domingo, 10 de noviembre de 2013

Adiós a Martillo Ortiz


Antonio Ortiz Galón, Tony Ortiz, era uno de esos boxeadores con más corazón que cabeza y con tanta capacidad de aplicar golpes como de recibirlos. Dio muchos, pero le dieron más. Martillo Ortiz era también Yunque Tony. El clásico fajador. El típico púgil querido por los aficionados, siempre más tendentes a otorgar su cariño a quienes sangran que a quienes bailan.

Era lo que parecía. Parecía lo que era: un hombre de pueblo, de campo andaluz de los años 40. Un niño campesino emigrado a Madrid a los nueve. Un chavea que quería ser torero y que a los 13 vio que iba a ser boxeador, aunque tal vez no quería. «La vida es una broma», solía repetir. 

Pero no. La vida no es una broma. Es una cosa muy seria. Y dramática, aunque pueda resultar cómica. Una comedia triste con, siempre, un final infeliz. Le agradeces y le reprochas historias, momentos. Tony le rindió y le pidió cuentas. Flaco, fibroso, duro, honrado, generoso. Intercambió golpes con ella y, en cierto modo, la venció por puntos, aunque ella siempre acaba ganando por K.O. 

Tony encontró en los guantes de crin unos amigos y una salida. Y, después de todo, no le fue mal en unos tiempos dorados del boxeo español, los años 70, con campeones europeos y mundiales como Urtain, Velázquez, Carrasco, Castañón, Evangelista, Legrá, Senín, Durán, Lastra, Perico Fernández, Gitano Jiménez… Tony, que había debutado con no mucho éxito en 1966, se alzó, a fuerza de tesón y coraje, con los títulos nacionales de los pesos superligero y welter. Su gran oportunidad le llegó en junio de 1973. Al borde de los 29 años y tras 60 peleas, iba a enfrentarse al turco Cemal Kamaci por el cetro europeo de los superligeros. 


Lo tenía casi imposible. Sólo había peleado dos veces fuera de España, contra el argentino Nicolino Locche y el francés Baldassare Picone. Y en ambas había perdido. El combate frente a Kamaci era en Estambul ante 25.000 fanáticos. Y, como él decía, «yo, para ganar al rival tenía que matarlo». No lo mató, pero lo envió a la lona y le ganó por puntos. 

En el juego de tronos que fue su vida profesional en esa época, renunció al continental para medirse, en 1974, al italiano Bruno Arcari en un intento por sentarse en el mundial (versión WBC). Perdió por descalificación en el octavo asalto. Recuperó la corona europea y la perdió, por K.O., ante Perico Fernández en un combate excesivamente cruel, puro negocio de los organizadores, para quien, macerado después de diez años de profesional, era ya un hombre sonado. 


La pelea con Dum Dum Pacheco, en 1977, acabó por machacarlo. Hacía decidido retirarse y montó un mesón. Le fue mal y tuvo que volver al ring. Pacheco lo demolió y a Tony le fue retirada piadosamente la licencia. En 1978 ya era un ex boxeador con 87 combates, casi todos ellos, incluso los triunfales, con demasiado castigo, a sus espaldas. Se resumían en 55 victorias, 22 derrotas y 10 nulos. 

Luego se empleó en varios oficios. Creemos recordar que trabajó o acabó de bedel en un ministerio. ¿El de Justicia…? Da igual. La memoria nos falla o nos traiciona, pero no hasta el punto de que olvidemos a Tony. Un campeón que se fajó con la vida hasta dejársela entre 69 años y 12 cuerdas. 

1 comentarios:

Pedro Javier Romero Cambra dijo...

Pero Tony vencio ampliamente a Pacheco a los puntos. Que pretende el autor del articulo?

4 de marzo de 2023, 0:26

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