Fábregas discutido ya por algunos aficionados
La jugada tuvo su qué. Leo Messi, el futbolista que más remata del Barcelona, en una posición franca para buscar la portería rival en su partido frente al Valencia, decidió por sorpresa girar el cuello y buscar con la mirada a Cesc para que fuera él quien opositara, con escasa fortuna, a la gloria efímera del gol. Anda La Pulga preocupada ante la creciente melancolía del cuatro, discutido ya por una parte de la hinchada -un sector del Camp Nou castigó con pitos sendos errores ante Diego Alves-, e incapaz de tomarle el pulso al entramado táctico del equipo. Y el argentino, cacique del grupo, que hizo buenas migas con el chico de Arenys en las categorías inferiores del club azulgrana -a ambos les unía su carácter algo retraído-, intenta poner de su parte para solucionar un problema que, lejos de remitir, amenaza la estabilidad emocional del vestuario.
Cesc, aquel futbolista al que su gran mentor, Arsène Wenger, emparentó en su día con Michel Platini, uno de los mejores nueve y medio de siempre, lleva sin marcar un gol en partido oficial con el Barcelona desde el pasado 8 de febrero. Desde entonces, 21 encuentros sin ver puerta con su equipo, condenado a que su furiosa irrupción en el equipo el curso pasado -con 14 goles en los primeros 23 partidos- quedara en el olvido.
Lleva Tito Vilanova insistiendo todo el verano en que ésta será «una gran temporada» para Cesc pese a la obligación de jugar como interior, posición en la que el futbolista se siente encorsetado y lejos de aquella anarquía de la que tanto disfrutó con aquel 3-4-3 en rombo que ideara en su día Guardiola para hacerle un hueco tras la espalda de Messi.
El ex técnico del Barça, precisamente, tuvo algún que otro desencuentro con el ex capitán gunner, al considerar que su vida privada le impedía poner los cinco sentidos a la hora de adaptarse a un juego tan específico como el que practica el Barcelona. «A veces me he sentido perdido», llegó a confesar Fàbregas la temporada pasada en las catacumbas de Stamford Bridge, antes de batirse con el Chelsea en la ida de semifinales de la Champions y ser uno de los protagonistas negativos de la noche al errar varias ocasiones.
Pero Tito, que fue quien más insistió en la contratación de Cesc, convencido de que antes o después acabará asumiendo el liderazgo que se le presuponía, ha contado con el centrocampista en los tres partidos de Liga. Encuentros en los que, eso sí, siempre acabó sustituido. En la Supercopa contra el Real Madrid, mientras, Fàbregas tuvo un papel residual (siete minutos en total).
«Para algunos parece que si Cesc no marca, no juega bien», se quejaba el domingo Andoni Zubizarreta, consciente de la depreciación de un futbolista por el que el club azulgrana pagó 29 millones de euros.
Pocas veces tuvo un centrocampista que buscar la redención mediante el gol. Una virtud que, en el caso de Cesc, ha mutado en condena.
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