lunes, 17 de diciembre de 2012

El Madrid en depresión



Cuando al Madrid le quedaban los minutos de la agonía, estado para el que el fútbol no ha conocido un intérprete semejante, la grada del Bernabéu era ya como un paisaje lunar. Algunos aficionados habían dimitido poco antes del empate de Albín, otros lo hicieron mientras su equipo se desquiciaba. Un último ataque del Espanyol descubrió un fondo desolador, azul butaca, sin colorido, sin vida. Era el decorado de la depresión que sólo suturarían 13 puntos o una Décima, un milagro o una sinfonía. 

Señalado de nuevo el Madrid por las jugadas a balón parado, donde se confunde como un equipo de infantiles, inseguro, tierno, nada jerárquico, se esperaba la reacción de José Mourinho. Estuvo light. Fue de agradecer tras un episodio nada edificante puesto en ON por un periodista, propio de un spaghetti western, que en lugar de reforzar la autoridad del técnico, lo sitúa en la viñeta del cómic. Todo el mundo tiene derecho a un calentón, pero no en un cuartito y con la guardia pretoriana, así no. 




El Espanyol no tuvo calentones, sólo una consigna: no conceder contraataques al Madrid. El primero que enlazó el conjunto de Mou llegó pasados los 50 minutos, cuando los blanquiazules necesitaban cambiar el registro de su juego, obligados ya por el marcador. Hasta entonces, retó al Madrid a ganarse los cuartos por calidad, no por velocidad. Calidad en el sentido colectivo, no únicamente individual. El trance reveló lo que tantas veces, las dificultades de este colosal grupo de futbolistas para atacar una defensa detenida y bien puesta. Lo suyo es la estampida. 

El balón era por completo del Madrid, pero las ocasiones no se correspondían con los niveles de posesión, altísimos, en parte por la disposición del rival en el campo, que dejó únicamente a Sergio García en punta y a Verdú como enlace. El resto, incluido Simao, a correr mucho en busca de ocupar todos los espacios, pero el portugués es como un soldado de fortuna que ya no está para muchas carreritas. Desde el banco, Mourinho levantaba los dedos, como si indicara más uno contra uno, acciones de desborde, pero a sus hombres les costaba encontrarlas. Se atascaba Özil en la derecha y lo probaba más Coentrao, en la izquierda. En esa banda estaba el filón, en especial después de la primera amarilla, muy pronto, a Wakaso, sin ningún control de la intensidad. Aguirre lo sacó del campo en cuanto pudo. 

Modric se ubicó en la medialuna, con Callejón como punta, y el croata lo intentó con buenos disparos, el segundo al palo. En el área, en cambio, casi todos los balones encontraban la anticipación de los defensas blanquiazules y de un Forlín que dio un paso atrás y encimó a Cristiano como si fuera su amante. Más de una vez, al límite del reglamento, cuyo umbral de permisividad es más alto si pita Mateu Lahoz. 


Para el Madrid era un problema la escasa movilidad sin balón de sus atacantes, en exceso estáticos. Todo lo contrario que Sergio García, como un demonio entre Pepe y Sergio Ramos, al que sometió a un pequeño tormento. Su misión era precisamente la de moverse en cada recuperación para dar una opción al pase. Si quien lo daba era Verdú, peligro mortal, como sucedería en el gol. A Sergio García le llovió algún melón, pero cuando le llegó una pelota en la trayectoria que ilumina el faro del Espanyol, resolvió como lo hace un killer: ni una duda. En la carrera, se impuso en el espacio al Sergio blanco. Muy completo el partido de este delantero, pujante hasta el final, que se encuentra, una vez más, de vuelta. Con lo poco que tiene y cómo está el Espanyol, lo necesita. 

La planta de Cristiano, oportunísimo, devolvió calma a un Madrid corto de juego hasta entonces, justo cuando Mateu Lahoz apuraba el minuto de prolongación, antes del descanso. Mou no esperó y tomó la decisión en la que ya había pensado, al sustituir a Modric por Di María. Özil pasó a su posición, en el centro, y el argentino llevó más peligro ante Casilla en minutos que en todo el primer tiempo. Tuvo, además, el poder de la agitación, del que el Madrid se contagió, vigoroso y rápido. Cristiano observó la llegada de Coentrao, en el área, y cedió a su compatriota, que restableció la teórica lógica. 


De ahí adelante, el Madrid se reencontró con el espacio y, consecuentemente, con su fútbol, vertical, amenazador. Tuvo ocasiones, de Cristiano, Di María, Callejón y hasta Morata, a las que respondió un gran Casilla. No mató y cuando la pelota se detuvo cerca de su área, mostró un temblor de principiante. Sacó su línea, pero sufrió ante Capdevila y permitió que Albín se llevara lo que quedaba de Liga, de esperanza.

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