Espectacular reaparición de Ricky Rubio
Nueve meses y unos días, más o menos el plazo esperado para una lesión semejante, aunque lo perdido por el camino (principalmente una medalla olímpica) sea imposible de calibrar. Al fin, dos semanas después de recibir el alta médica tras la recuperación de su rotura de ligamentos, con una aparatosa rodillera blanca como testigo del calvario, Ricky Rubio volvió. Y, como todo en su fulgurante carrera, sucedió a lo grande. Fuegos de artificio para festejar su retorno, un pabellón, una franquicia, una ciudad, la mejor liga del mundo de baloncesto entregada a la causa, la de la alegría, la de la magia que desprende su juego, «contagiosa», según celebró Rick Adelman, su entrenador.
No fue un día más, la madrugada del sábado fue la del retorno de Ricky. Así quedará, así lo atestiguan todas las informaciones, los hashtags y las audiencias. Restaba 1:47 minutos para el final del primer cuarto y el marcador lucía un no demasiado esperanzador 18-28 en contra de los Timberwolves -su estrella Kevin Love, fue baja de última hora-, a favor de los Mavericks. Ricky se aproximo a la banda, se desprendió del chandal y, como un resorte, el Target Center estalló en júbilo.
Sustituyó al ruso Alexey Shved, que luego sería uno de los protagonistas de la remontada, y poco a poco los Wolves se fueron, lo dicho, contagiando. Ricky se plantó en la cancha como si nunca se hubiera ido: «No voy a olvidarme como se juega al baloncesto». Tal vez algo más fornido en su tren superior, pero con el mismo descaro, los mismos pases geniales, impredecibles, únicos, como uno entre sus piernas, de espaldas, para dejar en bandeja la canasta a su compañero Greg Stiemsma, que hubiera firmado el mismísimo Pete Maravich. Por lógica precaución, estuvo poco más de 18 minutos en cancha, en los que aportó ocho puntos, nueve asistencias, cuatro rebotes y tres robos. La primera vez que se sentó, al borde del descanso, su equipo ya había recuperado casi todo el terreno perdido (37-39).
Tuvo en sus manos, incluso, el privilegio de jugarse el lanzamiento para ganar el partido, así es la NBA, donde se potencian las heroicidades. Falló el triple y no participó en la posterior prórroga, donde su equipo venció (114-106) para redondear la noche triunfal. Es la cuarta victoria consecutiva de los de Mineápolis, que ocupan la sexta plaza de la conferencia Oeste, en puestos de playoffs, los que no pisan desde 2004.
Tras el partido, sobrevino una catarata de elogios, aunque quizá ninguno tan sincero ni impactante como el de Adelman, palabras que engalanan una biografía, aunque en el caso de Ricky sólo se hayan consumido los primeros 22 años: «cuando el balón está en sus manos, sin duda soy mucho mejor entrenador». Rubio, que tendrá su siguiente oportunidad esta noche (1.00 h.) ante los Magic, charló tranquilo sobre sus sensaciones. «Me encuentro fenomenal y creo que estoy al 100%. Tengo algunas molestias en otras partes del cuerpo, pero algo normal por el tiempo que no he jugado», resumió. «Es increíble la manera cómo me han recibido los aficionados y luego el regalo de los compañeros de conseguir la victoria en la prórroga», comentó y pronosticó un esperanzador porvenir: «Estoy convencido de que vamos a hacer cosas grandes esta temporada con este equipo, como hemos demostrado durante la prórroga, que jugamos increíble».
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