jueves, 10 de mayo de 2012

El Atlético de Madrid logra su tercer título europeo.



Llegado el instante definitivo, ese momento donde el camino se estrecha y la luz se apaga, no hay instante para la duda. No hay lugar para nervios ni ansiedades, no cabe el congojo, es el pulso firme una exigencia en las citas grandes, noches eternas como la de ayer en Bucarest, eventos para tipos duros, de sangre fría, futbolistas fabricados para atrapar la gloria sin que les tiemblen las manos. 


Radamel Falcao es ese tipo de jugador y lo demostró cuando y como había dictado el calendario. En una final europea, evento de todo o nada, grandeza o miseria sin vuelta atrás. Falcao sabe de qué va esto y desmontó al Athletic en media hora, a dos toques, pum pum, frío y letal, talento de futbolista grande, llevando a su equipo, el Atlético, al cielo de una segunda Europa League en tres años. No son los mismos, ya no queda casi nadie de los de antes, pero qué más da, a Falcao eso le importa muy poco. Él llega, marca y se va. 


Voló el título a Madrid a costa de las lágrimas de un Athletic que honró su estilo como siempre, acaso demasiado. Propuso su fútbol y lo defendió hasta el final por mucho que pronto se vio que no le iba a dar resultado. Noble empeño que sin embargo le dejó en inferioridad respecto al oponente. Inauguró el partido el Athletic hecho un ramito de nervios, preso de eso tan etéreo y tan definitivo que es la ansiedad. La magnitud de la cita, lugar nada común para unos muchachos como los de Bielsa, empezó a pasarles factura desde bien pronto. En lo que terminaban de asentarse les sobrevino el gol de Falcao, un futbolista que hace tiempo superó esa incertidumbre que genera lo desconocido. El colombiano agarró la pelota en la esquina del área, bailó sobre la cintura de Amorebieta y la tocó, no fue ni un disparo, hacia la escuadra, con calma, de un modo tan natural que pareció no necesitar esfuerzo. 


El gol, obvio, terminó de confundir a los de Bielsa y permitió al Atlético llevar a cabo un plan que nunca sabremos si realmente era el inicial. Se refugiaron en su campo y unieron el orden a una intensidad tremenda, mejores los madrileños en cada disputa, más fieros, más listos, más tranquilos también por delante en el marcador, inmenso Mario Suárez, un pulpo en su zona. En esa mitad del campo decidió esperar Simeone la de Bielsa, deshecha como un azucarillo en la imprecisión de las entregas, motivo de desesperación en el técnico argentino. El Atlético ahogó todas las líneas de pase con ese repliegue y obligó al Athletic a arriesgar demasiado en cada pase. Buscaba El Cholo los errores y disponer de espacios, y ambas cosas encontró. 

Vivió cómodo el Atlético durante todo el primer parcial, y sea suficiente una prueba: el Athletic no remató con peligro hasta pasados 18 minutos, y hubo de esperar más para hacerlo entre los tres palos gracias a un disparo de Muniain, muy revolucionado pero el único en entender que igual era cuestión de buscar alternativas. Sacó una mano estupenda Courtois en ese disparo y ya no volvió a tener problemas el belga. Mientras tanto, cada error era aprovechado con precisión quirúrgica. 


Y si la cosa iba de errores, nadie ayer como Amorebieta, que a la salida de un córner perdió una pugna con Godín en la frontal que tenía ganada. Lo que pasó después ya fue cosa de Falcao, que recibió en el área chica y en dos toques, uno por detrás como los toreros, indicaba el camino sin titubeos. 

Al Athletic, descosido, rotas las conexiones entre sus mejores hombres, difuso Ander Herrera, revolucionado Muniain y desaparecido Llorente por la falta de balones, sólo le quedaba tirar los papeles al suelo y empezar de nuevo. Lo hizo Bielsa en el descanso dando entrada a Iñigo Pérez e Ibai Gómez. Se marcharon Aurtenetxe e Iturraspe, de modo que De Marcos era el lateral izquierdo, o lo que es lo mismo, defensa de tres. No hubo caso. Al Athletic cabe reconocerle su fidelidad a la propuesta, pero fue inservible ayer ante la intensidad, el agrupamiento colectivo y la solidaridad del Atlético. Tuvo un par de amagos para haber resucitado el partido, pero fueron eso, amagos. 


Un colectivo, el madrileño, entregado a la fe de un técnico sin zarandajas. Un equipo donde Adrián se vacía en las ayudas a Juanfran, Arda con Filipe y Diego con Mario y Gabi. Un grupo donde Falcao, además de resolver, también es capaz de ser el primer estorbo para el oponente, obligando, como ayer, a que fuera Amorebieta quien jugase en largo la primera media docena de posesiones ante la falta de alternativas. 

Muy atrás defendió en la segunda parte, donde no salió con peligro hasta el minuto 80, cuando Falcao estrelló un balón en el palo. Dejó que el Athletic tuviera la pelota, pero en zonas intrascendentes, y supo jugar con la ansiedad del paso del tiempo y con la ventaja de que el Athletic nunca admita un cambio de registro. Acaso tampoco el Atlético, quién sabe, pero ayer el suyo fue mejor, cerrado de una manera tremenda por Diego, otro de esos jugadores en los que el Atlético sí puede ver reflejada su historia. El futuro lo exige. 

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