jueves, 24 de mayo de 2012

La mejor etapa de la historia del Barcelona.




«Estamos orgullosos de haber enseñado a Cataluña, a España, al mundo, que no sólo es ganar, sino la forma cómo lo hacemos». Se había alcanzado ya la madrugada del 14 de mayo de 2009 y Pep Guardiola engalanaba su triunfo en la Copa del Rey ante el Athletic (4-1), el primero de su ristra de títulos, con una proclama que le acompañaría ya para siempre durante sus cuatro temporadas en el banquillo azulgrana. La noche tuvo mucho de metafórica, sobre todo porque Guardiola iniciaba oficialmente su era sobre el césped de Mestalla, el mismo campo donde Johan Cruyff esquivó la guillotina montada por Núñez en la final de Copa de 1990 frente al Real Madrid de Toshack antes de armar el Dream Team. Mañana, en un nuevo escenario como el Vicente Calderón, pero con el Athletic una vez más como rival en una final copera, el Barcelona cerrará la mejor etapa de su historia. 

Mucho se ha escrito ya sobre esos 13 títulos (que el barcelonismo espera que sean 14), incluidas dos Copas de Europa (las mismas que había logrado la entidad en 110 años), tres Ligas y dos Mundiales de Clubes. O acerca de una propuesta que supo aunar conceptos tan contrapuestos como el romanticismo y el pragmatismo (con un 5-0 frente al Real Madrid como obra maestra referencial). 
Pero sólo podrían entenderse los éxitos de Guardiola a partir de la profesionalización del primer equipo llevada a cabo por el entrenador en un momento capital, justo cuando el vestuario había entrado en fase de descomposición mientras Ronaldinho, dinamo del círculo virtuoso, alternaba el gimnasio con la barra fija y Frank Rijkaard, incapaz de atajar la resaca de la Champions de París, prefería callar y fumar. 

El ex vicepresidente del Barcelona Marc Ingla confeccionó un documento de nueve puntos que debía ayudar a escoger al nuevo entrenador, puesto al que al final sólo opositaron José Mourinho, entonces en el Inter, y Guardiola, cuyo trabajo en el filial había propiciado que Cruyff insistiera a Txiki Begiristain y Joan Laporta sobre la conveniencia de su ascenso. 

Ingla se plantó en enero de 2009 en la sala de juntas de una sucursal bancaria de Lisboa y le mostró a Mourinho un informe que contenía buena parte del ideario que Guardiola acabaría de moldear tras su llegada. En el punto cuatro, titulado «Se juega como se entrena», el club instaba al candidato a mimar aspectos como «la preparación física colectiva y el trabajo de prevención individualizado; la alimentación y el descanso; el trabajo táctico y la estrategia; el análisis previo del rival mediante vídeo y soluciones tácticas o la justicia deportiva -por la que jugaría quien mejor rindiera, no quien mayor jerarquía tuviera en el vestuario-». Además, invitaba a que los entrenamientos fueran «cada vez más cerrados» y recomendaba un traslado de la actividad a la abandonada Ciutat Esportiva. Ingla, en contra de la opinión de Ferran Soriano, acabaría por rechazar a Mourinho y decantarse por Guardiola, al que la directiva sedujo hasta ganárselo. 


Para la historia, dos momentos clave. Un almuerzo en un reservado del restaurante Drolma -antigua base de operaciones de Laporta- en el que Guardiola, después de que el presidente le trasladara la posibilidad de que fuera el futuro entrenador del primer equipo, le contestó: «No tindràs collons». A la comida también asistió Evarist Murtra, íntimo amigo de Pep y directivo que convenció a unos y otros. 

A Guardiola no le dijeron, eso sí, que tendría que compaginar su papel de técnico con el de pantocrátor de la institución. Laporta supo resguardarse tras Guardiola en su momento más bajo de popularidad, cuando superó por los pelos una moción de censura y más de la mitad de su junta le dejó tirado. Rosell, que siempre mantuvo una relación de fría cordialidad con Pep, también utilizó a su antojo el escudo guardiolista cuando a sus futbolistas les acusaron de doparse y la guerra contra el Madrid de Mourinho alcanzó la locura. Momentos de crispación que llevaron a Guardiola a calificar de «puto amo» al técnico blanco en la sala de prensa del Bernabéu en una mediática escenificación que el vestuario aplaudió a rabiar. 

Guardiola supo controlar a sus futbolistas con pocos contratiempos durante los tres primeros cursos. «Los jugadores sabían siempre hasta dónde podían llegar. Había una cierta libertad, pero con sanciones severas si a alguien se le ocurría romper el juego de equilibrios», cuentan en el club. Así, el día de su presentación Guardiola procuró quitarse de encima a Ronaldinho y Deco. Lo intentó también con Eto'o, aunque éste aguantaría hasta que «el feeling» con el técnico acabó de quebrarse. Eto'o fue uno de los primeros en sufrir las consecuencias del traslado de Messi al epicentro del ataque, jugada maestra que permitiría que el argentino triplicara sus registros goleadores. Eso sí, obligando a todo ariete a jugarse las castañas en la banda. O fuera del Barça. Como Bojan. Como Ibrahimovic. 

Los problemas de verdad se los ha encontrado el técnico esta misma temporada con jugadores con los que, a priori, hubiera dado un brazo, como Piqué, Alves, Pedro o Cesc, cuyo compromiso no siempre fue el adecuado. También vio Guardiola cómo la directiva le ponía la cruz después de que se le ocurriera pedir clemencia por Laporta y los suyos ante la posibilidad de un embargo. A partir de ahí, la confusión y la desconfianza extrema antes de la huida final. «Guardiola nos tuvo toda la temporada en jaque. Así que no podía pretender que siguiéramos sus tiempos si él mismo no nos confirmó hasta el último momento si iba a seguir», cuentan ahora en la cúpula del Barça cuando explican cómo se gestó el ascenso de Tito Vilanova, a quien Pep animó a tomar el cargo. Y abundan en los despachos: «El problema es que a su heredero ya lo están matando. Es lo que pasa cuando se va un semidiós». 

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