martes, 22 de mayo de 2012

Nadal vence a Djokovic,.



Un día después, la lectura de lo acontecido ayer en Roma, en la final demorada por la lluvia del domingo, lleva a Roland Garros, la convocatoria magna sobre la arcilla roja. El color no es baladí. Miren sino los resultados del ya hexacampeón en el Foro Itálico, ocho veces vencedor en Montecarlo y siete en el Conde de Godó. Dieciséis victorias y ningún set concedido en el periplo tradicional por la tierra, lo cual convierte en un paréntesis el torneo de Madrid, la derrota frente a Verdasco en las azules arenas movedizas, que también engulleron a su rival de ayer en la capital italiana. 


Novak Djokovic ya no es el tenista invencible de 2011, el que protagonizó una de las temporadas más brillantes del tenis contemporáneo. Cayó ante Nadal por 7-5 y 6-3. Lo hizo por segunda ocasión consecutiva, pocas semanas después de la final de Montecarlo. Esta vez no existen atenuantes emocionales, como el fallecimiento de su abuelo días antes de aquel encuentro. Nadal le ha devuelto a la tierra. Ha resucitado la estampa vulnerable (41 errores no forzados) e iracunda de un jugador que volvió a destrozar su raqueta en el desenlace del primer set. 


«Demuestro mis emociones buenas y mis emociones malas. Es quien soy, es lo único que puedo decir», dijo en un tono autocomplaciente, a larga distancia del joven templado y capaz de dominar los demonios que siempre ha llevado dentro, los mismos que hicieron aguardar más de lo esperado su explosión en el circuito. 
Traza Nadal una radiografía de sí, la que lleva buscando en la progresiva evolución de sus maneras sobre la cancha. «He atacado de fondo, he dominado los puntos. Pero cuando él saca bien, juega largo y agresivo, resulta difícil hacerlo. En cuanto ha llegado la ocasión, he sido ofensivo». 

Nadal está listo para buscar su séptimo Roland Garros, el que le consagraría, ya sin discusión alguna, como el mejor que ha pisado las pistas de tierra. Rompería la igualdad con Bjorn Borg, como ayer lo hizo, en una taxonomía de menor relevancia, al sumar su vigesimoprimer Masters 1000, uno más que Roger Federer, con quien estaba parejo en cabeza. El desafío ahora es mayor, posee el rango de la posteridad. Las cifras globales ya le santifican en su territorio natural: 247 victorias y tan sólo 19 derrotas, el mejor balance de la era profesional. 


Bien lo sabe el propio Nole, quien ha caído en 11 de las 13 ocasiones en que se vieron sobre polvo. «He tenido muchas oportunidades pero ante un jugador como Rafa, el mejor en tierra de todos los tiempos, cuando no las aprovechas, él toma el control del partido. Eso ha sido lo que ha sucedido al final del primer set», valoró el de Belgrado, ofuscado por una derecha que le cantaron mala y rectificó el juez de silla. Le hubiera dado bola de set, con 5-4 a su favor y 30-30, Nadal al servicio. Después, perdió el punto y se dejó llevar por la contrariedad. 


Era distinto en los días de vino y rosas del último curso; entonces no había montaña suficientemente elevada para él. Tampoco en Australia, superviviente de una batallla de cinco horas y 53 minutos. Fue allí, no obstante, pese a fracasar en el intento, donde Nadal empezó a estrechar distancias, a insinuar muy en serio que su triunfo no andaba demasiado lejos. 

A diferencia del último ejercicio, el español se presentará en Roland Garros con el bagaje triunfal a que acostumbraba. En 2011 llegó derrotado por Nole en las finales de Madrid y Roma. Isner, sin ir más lejos, le planteó enormes problemas en la primera ronda, llevándole a los cinco sets. Ganó su sexto título, pero tardó mucho en empezar a jugar bien. Las circunstancias son otras, aunque entonces fuese como número uno y ahora lo haga recién rescatado el dos. Él lo sabe. Y Novak Djokovic, también.


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