jueves, 30 de agosto de 2012

El Madrid gana la Supercopa



Después de siete pasos del Barcelona por Chamartín que habían sido como siete puñales, restaban heridas que ni 100 puntos podían suturar. Ni siquiera una Liga. Había cosas que era necesario demostrar en casa para el Madrid y su gente, devolver a su sitio al Bernabéu, un lugar donde ganar ha de ser para un huésped como una noche de bodas, nunca un hábito. Desde 2008, en cambio, los azulgrana lo habían convertido en su lecho. Por ello esta victoria, casi más que la propia Supercopa, tiene aroma de reconquista para el Bernabéu, aunque sólo aroma, porque deja un ganador y un perdedor, pero ningún muerto. El Madrid arrollador del arranque, con un hombre más, pudo convertir la cita en un pequeño Trafalgar, hundir la flota azulgrana entera y devolver en balsa a Tito y los suyos, junto a sus dudas. No lo hizo y este Barcelona cree tanto en sí mismo que es capaz de recobrar el rumbo con un solo mástil y una vela. 
Acabó entero lo que empezó roto, sin la capacidad de ganar pero sí de repartir el miedo. Pero debe hacer lecturas completas, como el Madrid. 


Si hay que calificar los errores de los centrales azulgrana, lo menos sangrante sería decir que fueron infantiles. En ambas acciones, actuaron como defensas naif, sin anticipación ni medición, sin contundencia y sin tino, especialmente Mascherano. Pero dicho esto, atribuir la descomposición del Barça en el primer tiempo exclusivamente a su papel supondría eludir una parte del análisis realmente grave para lo que construye su nuevo entrenador. Un gol le marcó la Real Sociedad y cuatro el Madrid, en la Supercopa, más otro Osasuna. Un exceso en tres partidos. La tendencia revela un problema estructural que tiene que ver con la baja intensidad de todo el mecanismo, con la escasa reacción a la pérdida del balón, incomparable a la de este Barça en su mejor versión, y la presencia tibia de Busquets, lejos de mandar en su cuadrícula. La recomposición tras el descanso tuvo que ver con su mejor posición y mayor posesión, por supuesto, pero también con el paso atrás blanco. 


Los azulgrana partieron, de hecho, con ese propósito, tener la pelota, pero al primer error, se descompusieron. El globo de Pepe no lo atajó Mascherano para dejar a Higuaín solo ante Valdés. Era ya el segundo mano a mano. No falló. El primero, minutos antes, había apuntado una vía que es siempre un filón ofensivo para el Madrid: Marcelo. Mourinho pone, a menudo y siempre en las grandes citas, más pesas en el otro lado de la balanza, al optar por Coentrao. Pero el portugués, severísimamente sancionado, es de esperar que por un Comité de Competición que eleve el umbral para siempre y para todos, no estaba en la baraja. El brasileño filtró a Higuaín lo primero de calidad en el partido y alcanzó el descanso con un pase de excepción a Di María. Cuando se suelta, Marcelo es un escándalo. Que a este futbolista lo amarre al banco un criterio táctico en busca del equilibrio es no entender lo que significa el desequilibrio. 


El tanto fue lo que un Madrid entre dudas necesitaba para dejarlas en el armario. Hizo entonces las cosas que mejor le sientan siempre contra los azulgrana. La primera fue la de avanzar la presión, ejercerla en los tres cuartos. La siguiente, aumentar su intensidad y juntar a sus mediapuntas para favorecer sus asociaciones. Supo combinarlo, además, con su verticalidad de siempre, en especial después de los robos, que fue la maniobra que le dio las ventajas. El segundo tanto lo encontró de esa forma, en un lanzamiento de Khedira en el que Piqué estuvo lento. El resto fue una genialidad de Cristiano, una espuela que escoró la acción hacia la derecha del área. El portugués tuvo que corregir su posición para disparar y el balón entró mordido por Valdés. Piqué, de mármol en la línea, era la estampa de la impotencia. 
Del portero del Barcelona, en cambio, no podía decirse nada malo, pese a los goles. Todo lo contrario. A Valdés, decisivo, se lo llevaban los demonios con su defensa. El reverso era Casillas, inédito hasta que Messi levantó el periscopio. 


A los errores del Barcelona había que sumar la reincidencia, porque fue en otra mala lectura en la que Cristiano ganó el espacio y esta vez, en lugar de un gol, se cobró una pieza: Adriano. El escenario, el juego, con mayor posesión blanca, el marcador, la inferioridad azulgrana y hasta el clima invitaban a un climax en el Bernabéu, a uno de esos resultados que convergen en punto de inflexión. No llegó. La razón fue Messi y fue el propio Madrid. Con el primer tiro entre palos del Barcelona, de falta, el argentino empató cuando Mateu Lahoz buscaba su silbato. 


La acción atrapó mentalmente al Madrid. Sintió miedo. Tito recompuso la defensa con Montoya, añadió el músculo de Song, debutante, y dejó en punta a Pedrito, que con un control increíble pinchó un balón aéreo de Mascherano ante Casillas. Era el Casillas de verdad. Mou optó por Callejón y dio minutos a Modric, pero el Madrid jugó sobre las ascuas al dejar demasiado balón a un Barça superior en inferioridad. Fallaron Khedira e Higuaín como Montoya y Messi, en otro final propio de un pulso que es una bendición para el fútbol. 


0 comentarios:

Publicar un comentario