lunes, 13 de agosto de 2012

Un equipo de oro que se quedó con la plata.


Bronca si era preciso, dando réplica en la excelencia, adaptada al cielo como si le perteneciese, embistiendo hasta la muerte. Nada de autógrafos, por mucha devoción que reclamen los genios. Aquello quedó sepultado en 1992, junto a otros muchos complejos nacionales sometidos por estos 12 españoles de ahora, desesperados ayer, sintiéndose culpables por no apresar la utopía. Siembra de oro, cosecha de plata. Vientre de oro, parto de plata. Oro por dentro, plata por fuera. Y así se podría jugar hasta el infinito, simplemente, para escribir a la altura de los dos actores. 
Quería Estados Unidos jugar a su manera, desmadrada, y esperaba un huésped rácano, pues así lo indicaban la lógica y las opiniones manifiestas del aspirante. Sin embargo, cuando los americanos giraron el pomo fueron arrollados por un contrario que estaba dispuesto a aguantar el ritmo que el favorito le planteaba. 
¿Llegamos a 140 puntos? No, ese listón ya resulta inalcanzable para cualquier no USA. Y era justo la dimensión hacia donde se enfocaba Estados Unidos con 35 puntos el primer cuarto. En la medida en que 


España logró atemperar ese fulgor, regresó al encuentro y al liderazgo para acotar la tarde en dimensiones que la hiciesen eterna, como esta rivalidad extrema que arroja el oro número 14 para Estados Unidos. Oro 14, la superación de todos los precedentes. Nunca tuvieron una renta tan escasa en la lucha definitiva. 
Coleccionó los nueve primeros títulos sin necesidad de recurrir a jugadores profesionales y para el décimo formó aquel Dream Team que paseaba inmortalidad. Resultó tan insoportable para todos que la pulcritud estadounidense se relajó. Pensaron que les serviría, sin más, con reunir a 12 talentazos para sostener su fiebre del éxito. Llegaron incluso a despreciar la competición. Por eso se estrellaron en 2004. Y para la redención de 2008 tuvieron que regresar a la génesis, empeñando el máximo que en paralelo demandaba una España campeona del mundo en 2006. Dos años después, en la final olímpica, exigiría una competitividad sin precedente para un conjunto representativo del talento supremo de la NBA. 


De Pekín se salta a Londres, bajo la amenaza de ver crecer la falla entre los dos mejores. Nada de eso ocurrió, sino un clásico que representa el mejor broche olímpico posible. Como mínimo se dio una batalla equivalente a 2008. El equipo que se quedó a 11 puntos se frena ahora a siete; el conjunto que se descolgó a falta de 124 segundos en 2008 (111-104) aguantó ayer cinco segundos más, hasta que LeBron James puso desde el triple, con Marc Gasol sobre su figura, el 102-93. En la jugada precedente, King James, con dos pasos abismales, se había desquitado de dos rivales y machacó hasta meter el codo en la cesta. Un broker que apuesta sus ganancias cuando el mundo se derrumba. Porque lo impensable era una opción. 
España había dado muestras preocupantes durante todo el torneo. Sus dudas, por lo apreciado en la final, sólo eran un problema de adaptación al medio, pues cuando se encontró departiendo con los dioses, resplandeció como un semejante. Dominó el marcador en el inicio, estaba al frente en el minuto 25 y se le llegaron a medir menos pulsaciones que al favorito, después de una racha triunfal de Pau Gasol, y de Mike Krzyzewski, el seleccionador americano, incomprensiblemente empecinado en mantener a Kevin Love en pista. De ese duelo, el pívot español salía con un rédito comprometedor, 13 puntos en los cinco minutos inmediatos al descanso. 


Viéndose retrasado, el Team USA dio los primeros síntomas de pánico. El favorito, vacacional hasta la fecha en los Juegos, descubría que todos los cajones de la cómoda estaban revueltos, que los ladrones de sueños podrían haber robado incluso las joyas. Una pesadilla que se reflejaba en la renuncia a triples rápidos, que habían sido su maná durante el torneo. Los NBA dilataban la ejecución de cada jugada hasta bordear el final de posesión. Se apagaba Pau Gasol, víctima del cansancio, y le tomaba el relevo un espectacular Ibaka. 

Por primera vez, tuvo continuidad, ante la urgencia de tapar la baja de Marc, cargado con cuatro faltas desde el minuto 15. El pívot congoleño, rodeado de otros héroes de la NBA, se sintió cómodo. Igual que Sergio Rodríguez, que siempre gustó de los ritmos americanos de juego. El base canario regresó de EEUU sin gloria, aunque se desquitó en dos tramos de la final. En la primera parte se adueñó de un parcial 2-14, que él mismo cerró con un triple y que aliñó con un alley oop a Rudy Fernández. Insuperable Sergio, que devuelve el juego a la infancia, limpio de miedos y otros candados. Y de pérdidas, como todo el equipo, 11 en total, por 22 asistencias. Tomó de nuevo el timón avanzado el tercer cuarto y España volvió a erizarse, haciendo impositiva la emoción, incluso cuando cesó el lucimiento. 
El mayor mérito del perdedor es infundir respeto hasta el punto de que el campeón tenga miedo a ganar cuando todas las circunstancias le asisten. Estados Unidos sintió ese vértigo de los pobres que impide sentenciar a la hora señalada. 


España estaba agotada, fatigada de ser infatigable tanto en defensas individuales como en zonales de diversa estructura. La Roja se encasquillaba con sólo cinco puntos anotados en otros tantos minutos del parcial definitivo. Debería haber sido ajusticiada; sin embargo, el bondadoso Team USA valoraba el indulto. ¿Qué menos merecía el aspirante? Y España aceptó el regalo. Creció. Pese a un gigantesco Durant, el equipo de Scariolo marchó hasta el 96-91 que ponía sombra y cuerpo en el mismo ángulo de visión. 
El torrente americano había despertado a la bestia española, agazapada durante dos semanas y sólo liberada por su doble. El equipo que sufrió en cuartos y semifinales se extendía sobre la final como ondas concéntricas, desde Navarro, en el corazón, a Sergio Rodríguez, Pau, Ibaka... España, cada vez más amplia, llegó a poner a tiro la escalera real, que sigue oculta en la baraja. 


Tal vez nadie de los presentes vea la jornada en la que los mejores de la NBA rindan pleitesía, si actúan con cierta comunión interna. También tiene faena el futuro para hallar un oponente como estos 12 españoles. Y a la propia España se le plantea el sudoku trucado de la transición, aunque éste no es el momento de solventarlo, sino de que disfrute con lo vivido, incluso con lo sufrido. 

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