lunes, 26 de marzo de 2012

Alonso gana en Malasia.



Fernando Alonso domó uno de los domingos más salvajes de los últimos tiempos tirando de casta, experiencia y unas manos finísimas. Aplicó su instinto de piloto campeón, esa veta de los mejores, donde la rabia bien encauzada, la veteranía, la experiencia y el beso de la suerte se mezclan para fabricar actuaciones estelares como la de ayer. Un fogonazo de ambición sazonada de la prudencia necesaria que una pista inestable requiere. Ganó el español porque fue el más listo bajo el juguetón cielo malayo, que primero empapó el asfalto y luego mantuvo la mano levantada como amenaza. De tanta agua y tanto estrés escapó el asturiano con una victoria sabrosísima por las circunstancias del escenario -el carrusel de Sepang- y de su propio equipo, en plena catarsis mecánica a la búsqueda de la mejora urgente del monoplaza. 

De nuevo, el piloto demostró a Ferrari que su nivel al volante es extraordinario y que merece, de una vez por todas, el armamento adecuado para disputar el título. La Scuderia ha mejorado sus estrategias en carrera y la reacción en los cambios de ruedas -sin fallos en Australia ni en Malasia-, pero el F2012 debe elevar muchísimo el rendimiento. Lo saben todos, pero mientras en Maranello se hace doble turno para fabricar nuevas piezas que resuciten el coche en las próximas citas, Alonso ha hecho un regalo fantástico a la firma italiana, otro más. Si el pasado año salvó el orgullo ferrarista con un triunfo histórico en Silverstone, ahora, en la segunda fecha de la temporada, levanta un trofeo tan inesperado como valioso.


 Conquista por tercera vez la pista malaya, tras hacerlo con Renault (2005) y McLaren (2007), y sube un peldaño más en la clasificación histórica de victorias parciales en la F1. Suma 28 y se queda en solitario en el quinto puesto, a tres de Nigel Mansell, a pesar de no haber contado en los últimos años con una montura bien musculada. 

El asturiano da la alegría a los suyos y oxigena a un equipo presionadísimo por las dudas que levanta su último modelo. En pocas horas, rescata así a Ferrari de la crisis y limpia el mítico escudo del Cavallino para recordar a su casa y a los adversarios que descartar a la firma italiana es una temeridad, cuando quedan tantos kilómetros por delante. Alonso volvió a lucir su descomunal poderío como competidor en un gran premio que ganó al aprovechar el caos que provocó el agua y las buenas decisiones desde el muro de su equipo. 


De principio a fin, se mantuvo al filo del precipicio con decisión, aguantando la presión de un sorprendente perseguidor, el joven Sergio Pérez, o bailando entre cocodrilos en la salida. Bajo el semáforo, con el chaparrón desatado, progresó con viveza en los primeros metros. De la octava pasó a la quinta plaza en un par de curvas, con el coche patinando por el aquaplaning y el spray que levantaban sus rivales generando una niebla espesísima. 

Asomó a la superficie tras escabullirse de Schumacher y Grosjean y firmar un adelantamiento de vértigo a Mark Webber. Al australiano lo devoró por el exterior de la pista, casi en el barro, estirando la cuerda al máximo. Bien ubicado, avistó la bandera roja de los comisarios que en la vuelta nueve mandaron parar al pelotón. Todos a la parrilla, a cubierto, a esperar que pasara el tifón. Casi 50 minutos después, el coche de seguridad lanzó de nuevo al grupo durante cuatro giros, cuando la estampida fue total, calzados ya todos con neumáticos de lluvia extrema.


Alonso se sentía cómodo en la gresca, con el paraguas en la mano. La tormenta le convenía para la escalada y en un puñado de vueltas consiguió situarse al frente, tras desembarazarse de Webber otra vez en la pista, y de los dos McLaren en la visita a por gomas intermedias. Avanzaba decidido el Ferrari hacia el liderato, ante el asombro del resto de aspirantes, que viajaron gran parte del recorrido como meros observadores de la lucha por el triunfo.

 El premio quedó a la vista del español y de otro invitado casual, el mexicano Sergio Pérez. Con una actuación soberbia, el jovencito de Sauber presentó ayer la mejor candidatura posible para llegar en el futuro a Ferrari. Apretó como un jabato, pero no fastidió la fiesta italiana. Su tesón y la habilidad para cuidar con maestría los Pirelli le colocaron a la orilla de la victoria. Durante casi 40 vueltas, Pérez acosó con ahínco al F2012, que empezó a sudar a medida que el asfalto se iba secando cada vez más. Entonces afloraron las angustias del coche de Alonso, que a punto estuvo de ser superado por el modesto Sauber que porta en el pecho, curiosamente, un motor Ferrari. 

Además, la escudería suiza acertó al apostar por las gomas duras en la última pasada por los garajes, mientras el líder optó por el compuesto medio. Los últimos 16 giros fueron una agonía para Alonso, que veía por el retrovisor el gota a gota de su atrevido cazador. Él soplaba a sus agotados neumáticos, buscaba los mejores ángulos de entrada a curva y reservaba para la defensa el uso del propulsor KERS. Así y todo, las décimas caían a favor del mexicano en el sorprendente cara a cara por el triunfo que se desató. 

Con Lewis Hamilton lejos, atascado en el tercer puesto, el Sauber recortaba distanciaba giro a giro, hasta que los nervios fallaron a Pérez y perdió el control del coche, cuando ya preparaba el asalto al bicampeón. Éste llevaba tiempo esperando el hachazo y seguramente no hubiera puesto nada fácil la pasada. Olía ya la gloria y en ese trance, Alonso es una bestia. Al cruzar la meta, por radio le llegó el agradecimiento eterno de la escudería más laureada de la historia, rendida ahora a su capitán español: «La victoria más bella. Gracias Fernando», le dijo su emocionado ingeniero de pista, Andrea Stella. 

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