martes, 9 de octubre de 2012

La primera presidente de un club de fútbol en Oriente



El fútbol egipcio perdió la inocencia el pasado invierno, cuando la sangre de 79 aficionados tiñó de rojo el estadio de Port Said. Desde entonces, la pelota no danza sobre el césped ni los transistores anuncian la electricidad del gol. 

El balompié patrio, rey de los cafetines, languidece mientras sus súbditos se alimentan con los fotogramas del clásico ibérico. Y justo ahora, en plena hambruna, una empresaria de cejas y labios perfilados irrumpe con la cacharrería de la épica y la expresión severa de las madres egipcias. 
A sus 48 años, Sahar Abdul Haq preside Al Nasr, un equipo cairota que milita en la segunda división. «Estoy emocionada y feliz. Soy la primera presidenta egipcia y árabe de un club de fútbol y la cuarta del planeta», declara Sahar. 

En su despacho, las instantáneas de la plantilla decoran los muros y el campo asoma a través de un gran ventanal. La decadencia ocupa las estanterías vacías de trofeos porque lejos de la soberbia del nombre (victoria, en árabe) -en honor a la guerra de 1956 que arrebató el Canal de Suez a franceses y británicos- Al Nasr es un eterno desgraciado. 

En su medio siglo de vida varonil, sólo flirteó con el ascenso hace tres temporadas cuando el triunfo se desvaneció en el último minuto. «Subir de categoría es mi prioridad, además de mejorar las instalaciones y construir una nueva ciudad deportiva». 

Sahar, divorciada y madre de un veinteañero y dos adolescentes, presume de haber derrotado a sus cuatro rivales masculinos. Las 900 papeletas de distancia con el segundo en liza le entregaron la batuta de un club con 20.000 socios y un modesto estadio. «Es una responsabilidad enorme pero me gusta. Las egipcias somos más aplicadas y resolutivas que los hombres», asegura, sin ocultar que son también ellas las que estrangulan la báscula tras el bodorrio y el parto de la gran familia. 


Para muestra, la terraza de Al Nasr, donde las madres comparten apoltronadas cuchicheos y viandas mientras sus vástagos le dan a la pelota. «Quiero cambiar nuestro estilo de vida. Debemos levantarnos de la silla y practicar deporte. Al menos caminar», señala una flamante presidenta que atribuye su victoria a las lecciones de un «míster» islamista. 

«Mi éxito no habría sido posible con Mubarak. Las Hermanas Musulmanas me convirtieron en una triunfadora y me siento fruto de una era democrática, la de la Hermandad [la organización del presidente egipcio]». 

En asuntos más heterodoxos, como sus pasiones futboleras, la fe de Sahar necesita de la chuleta escrita por unos asesores divididos entre el amor culé y el merengue. «Espere», ruega mientras mira el papel. «Conozco a Cristiano y Kaká en el Real Madrid. Y a Messi en el Barcelona». Y, asaltada por la duda, resuelve: «Mi hijo Yusef dice que quiere ser como Messi. Creo que soy más del Barça».

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