miércoles, 17 de octubre de 2012

Triplete español en Motegi



En la prehistoria, el motociclismo español, como tantos otros deportes, surcaba terra ignota, campo para pioneros, aventureros con escasos medios en un mundo en el que los gigantes eran ingleses, italianos, norteamericanos o alemanes. Ángel Nieto en el club de los Bahamontes, Ballesteros, Santana, Fernández Ochoa... Hoy el presente mutó radicalmente. Las dos ruedas, en el siglo XXI fueron conquistadas por los pilotos españoles, la envidia del resto, al punto que, como desliza medio en broma Nieto, «deberíamos poder exportarlos a otros países». Acostumbrados a los tripletes (victorias en las tres categorías), 16 tras el último en Aragón hace unos días, el domingo, Motegi supuso otra cima, culmen de la excelencia, tres banderas rojigualdas copando la categoría reina por primera vez. 


Hazaña que no ocurría desde hacía seis años, precisamente en el mismo escenario tres banderas italianas, las de Capirossi, Rossi y Melandri. Eso que tantas veces logró EEUU (24), Inglaterra (23) o Italia (16), incluso Argentina y Alemania en una ocasión, fue obra de los dos habituales, Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo, el par de colosos de los que en unas semanas saldrá el tercer campeón del mundo nacional de MotoGP. Les acompañó esta vez Álvaro Bautista para redondear la gesta, justo la temporada que se cumplen dos décadas de la primera vez que un español subió al cajón, entonces en 500cc. Aquel hito lo firmó Alex Crivillé, tercero en Malasia, ganador ese mismo curso, el de su debut en la categoría reina, poco después en Assen. 

Garriga, Pons, Aspar, los herederos de Nieto que vieron su obra culminada cuando Crivillé fue campeón del mundo en 1999 -destronando nada menos que a Mick Doohan-, ahora ya una constante y una tendencia, pues el futuro también apunta español. Ayer mismo el podio de Moto2 fue completamente nacional (Márquez, Espargaró y Rabat) y en Moto3, único campeonato en el que, salvo mayúscula sorpresa, vencerá un foráneo -el alemán Cortese-, Viñales, que puja por el subcampeonato con Salom, fue segundo.
Lo inusual, hoy por hoy, es que no sean Lorenzo o Pedrosa los primeros en cruzar la línea de meta. Sólo se les interpuso Casey Stoner, ganador de cuatro pruebas hasta que se lesionó. En su retorno, dos meses después, amenaza el australiano -ayer quinto y «decepcionado», pues aún le duele el tobillo-, en convertirse en juez de la batalla, si no la semana que viene en Sepang, seguro que el siguiente en Phillip Island, su casa, allá donde venció los cinco cursos pasados. 


Motegi devino en un calco de Aragón. Se puede concluir que ni el ganador Pedrosa ni el todavía líder del campeonato Lorenzo fueron felices por completo. O que ninguno se sintió definitivamente decepcionado. Cada uno fue a lo suyo. El catalán, que repitió en Motegi, casa Honda, como el curso pasado, que ganó las cuatro últimas carreras que fue capaz de terminar -en Misano rodó por los suelos embestido por Barberá-, ya suma cinco victorias, más que nunca en MotoGP. Pero vencer con Lorenzo de guardaespaldas no es suficiente: aún hay 28 puntos de diferencia y a su rival le vale con no bajarse del cajón -cosa que no ha hecho en todo el curso, siempre primero o segundo menos en Assen, también por los suelos- para ganar su segunda corona mundial. «Es una pena que no haya otro piloto que esté con nosotros. Cada carrera que he ganado, él ha sido segundo», expresaba a modo de frustración el de Honda, tal vez en el momento más dulce de su carrera, incontestable su pilotaje, confianza por los cielos, en la mejor disposición para lograr el domingo en Malasia su tercera victoria consecutiva en MotoGP, algo de lo que nunca ha sido capaz en sus siete temporadas. 

Y tampoco puede ser completa la felicidad de Lorenzo, aunque cada vez está más cerca de su objetivo. La táctica conservadora a la que no tiene más remedio que acogerse le supone algo así como traicionar sus instintos, dominar su ímpetu, el espíritu depredador que le ha llevado a subirse al podio nada menos que 58 veces en los cinco cursos que lleva en MotoGP. «He intentado escaparme, pero no podía. Había mucha diferencia en la recta. Él [Pedrosa] ha pilotado muy bien y se merece la victoria», se consolaba el de Yamaha. Como en Motorland, sólo le hizo falta a Pedrosa un único adelantamiento para triunfar. De nuevo Lorenzo, desde la pole -de las seis que firmó, sólo corroboró con victoria al día siguiente en la apertura del año, en Qatar-, dominó las primeras vueltas, aunque en la curva inicial no se fueran ambos al garete de puro milagro. «Él ha aguantado por fuera y al final he tenido que tocar el freno y dejarle pasar. Así que pronto he visto que él iba a pelear a tope», confesaba el catalán. Otra vez su eterno rival pegado a él, estudiando, al acecho, consciente el de Repsol Honda de su poderío pese a sus continuas quejas por el chatering, calculando hasta el hachazo definitivo, en el ecuador de la prueba. 


Limpio, pulcro, diáfano, aparentemente sencillo. Tanto como lo fue su escapada posterior, paulatina, progresiva, sin respuesta. Desenlace sin mordiente, pues cada uno cumplía sus planes. «No estoy sacando la calculadora, estoy yendo al máximo, pero no puedo seguirle. Veremos si en el próximo circuito podemos estar ahí con él», concluía el balear. 

También como en Alcañiz, la batalla, la disputa, la emoción, estuvo por detrás, en la pelea por las migajas. Por ese tercer puesto del podio que se ha convertido en el maná para el resto, lucharon finalmente, sin concesiones, Cal Crutchlow y Álvaro Bautista. Se postuló, antes de su fiasco, Ben Spies; incluso se asomó Stoner en su retorno. Pero fue el talaverano el que, henchido de confianza tras su renovación -a la baja, eso sí- con Honda Gresini, hecha oficial el sábado, remontó y se la jugó con un Crutchlow que, una vez superado con adelantamientos escalofriantes, se quedó sin moto y no pudo terminar, siendo llevado a lomos de la Yamaha hasta el paddock por el propio Lorenzo, en una de las estampas del Gran Premio japonés. 
Sonrisa de «fin de semana perfecto», auténticamente redondo, la que no cabía en el rostro de Bautista, que ya es quinto en la general y, para siempre en los libros de Historia como el tercero en discordia de un día inolvidable para el motociclismo español. 

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