El Barcelona golea al Zaragoza
A ritmo pausado, en una mutación poco violenta dado que las victorias siguen acumulándose como antaño, el Barcelona viene cambiando el origen de los triunfos. Antes, los goles era una simple consecuencia de su dominio dictatorial en todas las zonas del campo. Los arabescos siempre tenían su razón de ser. Sin embargo, en los últimos tiempos, el equipo azulgrana se ha malacostumbrado a que la pegada le saque de cualquier embrollo. Y con alguien como Messi sobre el campo, jugador que no entiende de partidos de entreguerras en su cruzada por superar a todos los referentes históricos de este deporte, y cuya destreza volvió a impulsar al Barcelona a su undécima victoria en la Liga, los problemas, tanto en la construcción como en el repliegue defensivo, siempre parecen poca cosa. Nada perturba a una Pulga que sigue a lo suyo. Sus 17 goles en estas primeras 12 jornadas advierten otra temporada para la historia.
Messi fue una pieza indetectable para los futbolistas del Zaragoza, que penalizaron como nunca la ausencia de un mediocentro defensivo que guardara las espaldas de Movilla. Planeando entre las líneas aragonesas, el argentino fue punto de apoyo y también ejecutor en un Barcelona que exprimió como nunca el perfil zurdo del ataque. Consecuencia de los constantes martillazos de Jordi Alba, tan exultante en su labor ofensiva como irregular cuando le toca corregir la posición. La misma disfunción que siempre acompañó a grandes carrileros como Dani Alves, al que ayer le ganó la partida en el once el canterano Martín Montoya, mucho más cauto en sus aventuras por la orilla.
Fue precisamente Alba quien engendró las dos primeras embestidas de los azulgrana. En la primera, Messi remató fuera desde el punto de penalti tras un gran centro del ex valencianista. Mucho más preciso estaría el argentino tras otra incursión del lateral zurdo barcelonista. Apenas le bastó un control orientado frente a la tenue oposición de Álvaro para plantarse frente al portero Roberto y marcar con placidez después de un delicado amago al guardameta.
El partido, sin embargo, no estaba abocado a una exhibición barcelonista. A partir de una alineación repleta de futbolistas de toque y con clara tendencia ofensiva, el Zaragoza de Manolo Jiménez nunca rechazó la posibilidad de jugar el balón y echarse al monte. A ello ayudaron jugadores, curiosamente criados en La Masía y dados al vértigo, como el joven Víctor Rodríguez, que hace apenas un año estaba olvidado en el Badalona de Segunda B, o Montañés, autor del gol del empate. El mediapunta fue el gran favorecido del deficiente rendimiento azulgrana a la hora de defender las jugadas a balón parado, déficit que sigue sin solucionarse pese a que Tito pudo alinear ayer por fin una defensa sin remiendos, con Puyol junto a Piqué en el centro de la zaga. Como ya ocurriera en La Coruña, nadie acudió a defender la frontal tras el saque de esquina del rival. Despejó fatal Montoya, flojito y hacia el centro, y Montañés, en su particular oasis de la corona del área, pudo encontrar el gol después de que su disparo seco acariciara la bota de Puyol.
De todos modos, el Zaragoza estaba condenado a sufrir cada vez que a Messi le diera por acercarse a sus dominios. Manolo Jiménez resolvió como pudo su galimatías defensivo ante la ausencia de tres de sus cuatro defensas titulares (dos laterales sancionados, Abraham y Sapunaru, y un central lesionado, Loovens). Pero toda estratagema quedaba condenada al fracaso ante acciones como la protagonizada por el diez en la jugada del segundo tanto. Se incrustó La Pulga entre dos defensores dentro del área, birló inmediatamente después a Aranda hasta que tomó la línea de fondo y se permitió concederle el honor del gol al primer compañero que apareciera por allí. Compareció Alex Song, tan sorprendido de que su disparo entre tantas piernas acabara incrustándose en la red que ni siquiera supo cómo celebrar su primer tanto como barcelonista.
A Manolo Jiménez, que intentó corregir en el segundo acto la sorprendente ausencia inicial de Hélder Postiga, no le quedó otra que degustar el amargo sabor del destino ante el definitivo tanto de Messi. Poco importaba que el Barcelona mostrara un trazo gris durante toda la tarde o que Pedro y Villa pasaran completamente desapercibidos. En un rápido contragolpe perpetrado otra vez por el argentino, y tras apoyarse en Montoya, el diez cerró el asunto con un exquisito disparo desde la frontal. Porque los partidos empiezan y acaban cuando quiere Messi.
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