viernes, 16 de noviembre de 2012

Un Real Madrid irreconocible



Hay noches que no, que todo es al contrario de como venía siendo. Será por el escenario, que conserva su mística, como el rival mantiene su leyenda y el verde de su camiseta, la que conquistó tres de las últimas seis Euroligas. Pero, más allá de Diamantidis, nada permanece en este Panathinaikos de saldo que ayer desdibujó al Madrid, que le dejó en 68 puntos, que le desesperó. La segunda derrota de los blancos en lo que va de curso, ambas en Europa, esta vez sin tiro postrero al que agarrarse. Sin excusas, fue el peor Madrid de lo que va de temporada: no pudo salvar ni el average con los griegos. 

En plena euforia de juego y resultados, jolgorio de esperanza en este inicio de curso con sólo la mancha de Khimki, el Madrid se encontró con un preludio plagado de minas. Un bofetón que sería una constante. No está ya Zeljko Obradovic, pero la sombra de sus 13 años en Atenas es alargada. Éste equipo ahora de Pedoulakis no tiene sus mimbres, pero sí su corazón y su instinto. 

Desde el amanecer no fue el Madrid, pese al espejismo del marcador (9-16). Fue un equipo encorsetado, contagiado de la mediocridad del Panathinaikos, de su ritmo cansino y mentiroso, pues tenía la guadaña lista. Y así ocurrió cuando los de Laso se despistaron, que fue la mayor parte del segundo acto, con Sergio Rodríguez al timón. Contras como golpes al mentón, el marcador boca abajo y el Madrid, sin enterarse: siete minutos sin anotar. 

El otro gran problema eran las faltas, cargado el juego interior hasta tal punto de que los últimos minutos de la primera mitad los disputaron Suárez de cuatro y el canterano Hernangómez de cinco. Y, sin embargo, en el pimpampum griego, con Lasme y Maciulis imparables, con un alarmante 38-26, brilló un postrero rayo de esperanza de esos que afean el buen trabajo del oponente y que le plantean dudas para que se las lleve al vestuario. Precisamente dos triples de Suárez y otro final de Rudy -la única canasta del balear en todo el partido- fueron como una vaso de agua en el rostro de los blancos, una reanimación al moribundo. 

Pero ni aún así. No había resquicio para la heroica, porque no existió Atenas, ciudad y noche que deberá olvidar el Madrid, como si nunca hubiera ocurrido, como si la espesura sólo hubiera sido un mal sueño. Todo fueron problemas a la vuelta. La tercera de Begic, la cuarta de Llull... Emergió Draper, factor clave en el Palacio ante los helenos, y se anunció con un triple para acortar. El duelo seguía trabado, ahí donde Diamantidis es un genio. Una canasta más tiro libre del base puso, ahora sí, la alarmante máxima (61-46). 

Y, con todo lo malo, hubo un momento en el que el Madrid pudo arrimarse, acongojar al OAKA, ruidoso pero no tan lleno. Sin noticias de Rudy -tres minutos en la segunda parte por decisión técnica-, un triple de Carroll acercó a siete a falta de cuatro minutos... pero lo dicho, no era la noche. Lasme, el mejor, sentenció con dos mates. Accidentes que emborronan, porque el Panathinaikos no es el que era, y esta vez la lógica apuntaba a un triunfo del Madrid, que llegaba lanzado. Frenó en seco, desapareció, mejor olvidar. 

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